miércoles, 16 de diciembre de 2015

Una Historia Realista





Le encantaba esa película. Sus personajes eran ratones antropomórficos, donde vivían una aventura que bien puede sucederle a cualquiera. Su protagonista era un ratón joven y parlanchín, por lo que era decidido y atento a cada detalle que le permitiera seguir avanzando en la trama. Era una gran película, y la emoción lo inundaba para darle esa llave mágica que permite entrar y salir de una obra de ficción al son del antojo. Colorida, optimista e incluso sabia. Dicha película contaba verdades, por eso le chocaba que no encajara tanto con la realidad.
En los días que vivía dominado por la película, intentó aplicar o encontrar sucesos similares. En la historia, el ratón tenía unos amigos imaginativos que se apuntaban a cualquier emoción planteada. Cuando intentaba hacer lo propio con su grupo de amigos, estos respondían con bromas ofensivas, y sin levantarse del asiento defendían su derecho a seguir jugando a videojuegos. Entonces se dejaba llevar por ellos para tener un fin de semana de tantos.
La familia del ratón heroico era tan astuta como él ─de alguien tenía que haber aprendido─, y cada vez que cometía un error, su padre se acercaba y le ponía la pata en el equivalente al hombro para decirle que no desesperara, que siguiera intentándolo. Tras la cuarta vez el ratón lo lograba, y la sonrisa de sus padres significaba un premio incluso para el espectador. Por su parte tenía cuidado de no cometer errores con su familia, puesto que una vez se le cayó un vaso de agua (justo como sucedía en una escena de la película) y su padre sólo añadió un “Mira que estás idiota. Colgado.”, apartándose para esquivar el charco, con la impresión que más bien se apartaba de su hijo.
Por sucesos así decidía pasar la tarde encerrado en su cuarto, escuchando discutir a las paredes con la voz de sus padres por nimiedades que no parecían existir en el mundo de la película. En ésta los padres también discutían, pero enseguida comprendían o un tercer personaje se entrometía para hacerles razonar. Todo terminaba con un beso. Hacía tiempo que no veía a sus padres besarse. De inmiscuirse él para arreglar un problema paternal acabaría peor a como se sentía. Las iniciativas no lo son todo.
Una de las escenas que más le gustaban era cuando uno de los personajes secundarios se siente abrumado por una dimensión que representa los miedos, en ese caso por lo abrumador que resulta el vacío. El protagonista es el único que no tiene miedos y entra para salvarlo. El amigo está encogido, abrazado a sus rodillas al verse rodeado de negrura absoluta y de una formas coloreadas con ojos, destacando uno entre violáceo y verdoso que lo mira de un modo tan fijo que mata. El personaje principal agarra el ojo y lo saca de su cuenca, descubriéndose que es plano, casi de cartón. Ríe y lo lanza, girando como un disco de juguete. El otro personaje observa y deja de tener miedo, colaborando en romper el atrezo del mal. Se marchan de allí hombro con hombro, riendo con tal fuerza que hasta el vacío retumba. Justo antes de salir del lugar, el protagonista gira un momento para observar la nada, detalle que ha especulado decenas de teorías por los foros de Internet. Él tenía la suya propia que no había compartido con nadie.
La ratona de la película era casi un gemelo del personaje principal, lo que indica que es su alma gemela desde la primera escena. Te pasas toda la película deseando que acaben juntos, jugando sucio los guionistas por las tretas que los separan y unen con tanta facilidad y en sólo dos horas. Una vez se sabe que sí acaban juntos, se agradece para centrarse en otros aspectos en los siguientes visionados. Él soñaba despierto con conocer una chica así, pero con las que lo había intentado solían ser frías, y si se mostraban alegres no lo escuchaban, sólo importaban ellas y su mundo. De ese modo había conseguido conocer otros grupos de amigos, pero le sucedía de llevarse bien con alguien que cae mal, lo que suponía una marginación automática. Hacía poco se había enterado en esos mismos grupos que lo consideraban homosexual, y fastidiaba descubrir que lo que dice el mundo que no les importa que haya gais sea mentira. A veces se planteaba si de verdad lo era, que por eso no tenía éxito con las chicas. Entonces recordaba la película y analizaba que no parecía un mundo con homosexualidad. O al menos uno donde de verdad no importaba.

Encerrado en su habitación, quiso olvidar la reciente noche. Había bebido demasiado, y eso le causó problemas con los demás, terminando en una pelea con una persona que le había cogido manía sin motivo. Ahora ya tenía motivos.
El corazón se le contrajo.
En la película había una escena de borrachera, pero era divertida. Incluso sucedía una pelea, pero terminaban riendo y tan amigos. Era como si fingieran, como buenos actores…
Comenzó a llorar. Aguantó el gemido para que nadie le escuchase. Aun así estaba convencido que a nadie le importaría, siquiera preguntarían alguna vez porqué lloraba esa noche. En la película… en la dichosa película el protagonista tiene una escena similar, y todo el mundo se vuelca en escucharle y apoyarle, en sacarle una sonrisa aunque no sea sincera.
Él no tenía ni eso. No había nadie conspirando contra él, lo reconocía, pero tampoco había nadie que quisiese ayudarlo. Nadie le estaba enseñando cómo se puede sobrevivir a la dureza de la vida, y cuando creía que sí con la película, que abraza y alaba lo hermoso de la existencia, descubría que también se mentía a sí misma.
Ahora que lo pensaba, es imposible que alguien no sienta miedo.
Entonces fue que muchos puntos comenzaron a tener sentido. La habitación, sus padres, su vida con los amigos… nada es lo que parece. ¿Por qué nadie le decía la verdad? ¿Por qué todo el mundo se refugia en más mentiras como películas, videojuegos o incluso puntos en común y costumbre con otras personas? Es como si se intentara recuperar la emoción que hubo al principio, la falsedad de la novedad que regresamos a buscar una y otra vez.
Una y otra vez.
De repente tuvo sentido el río que nace y marcha sin opción hacia el mar.
El vacío.
Tuvo sentido las cuerdas del almacén.
El baño.
El cajón de la cocina.
Lo tuvo los productos de limpieza.
Los medicamentos.
Las bolsas de plástico.
Esos camiones recorriendo de madrugada la autovía.
Las azoteas de los edificios.
Nada de eso aparecía en la película. Se olvidaba de esencias importantes en todo humano. Quizá no era tan buena película.

viernes, 20 de noviembre de 2015

La Rebelión de los Juguetes


La calle ardía sin fuego. Esparcidos por el suelo había pedazos de carne y plástico, algunos fundidos entre ellos. El Sheriff caminaba con calma para permitirse analizar aquel desastre. Una bota por delante, después el otro pie, donde una espuela imaginaria giró frenética. Torcía el labio, apartando la mirada para encontrarse con otro trozo de crueldad. Reconoció cada uno de esos muñecos partidos y quebrados por los puños o las armas humanas. Estaban incluso esos robots japoneses de mucha luz y pocas nueces. Un “gusiluz” igual a uno que tuvo cuando niño tenía despedidas sus tripas de algodón.
Se detuvo frente al cadáver de un hombre, que por última voluntad había aplastado contra el suelo un muñeco de Batman que aún quedaba atrapado en su mano. Se fijó que el muñeco agrietado realizaba espasmos, por lo que se agachó para acercar su mano a la cabeza del caballero oscuro. La agarró entre su puño y comenzó a retorcer. Logró separarla como cuando se quita el corcho de una botella. Tuvo la impresión de escuchar un suspiro.
¿Desde cuándo los juguetes tenían callada su condición?
La culpa era suya por haber esperado tanto tiempo.
Fue que lo presenció al final de la calle. Se incorporó mientras lanzaba a un lado la cabeza arrancada. Era un muñeco, del tamaño de su antebrazo. Su imagen era toda negra por el sol a su dorso. Tenía puesto un sombrero al estilo del propio Sheriff.
Le dio la impresión que el muñeco era una parodia de sí mismo, reconociendo enseguida aquella figura como uno de esos personajes famosos que no aportan nada.
Woody.
El muñeco avanzó, y sus espuelas de plástico giraron un poco a cada paso. No emitía sonido, pero el hombre bien imaginó dentro de su cabeza el golpe de botas rudas e impertinentes. Las sombras se disiparon y el rostro del muñeco se mostró.
¿Pero qué…?
No tenía el mismo rostro que la figura original. La cara de este Woody parecía marcada con cicatrices, surcos en la madera. Su expresión no era jovial, sino de otra clase de sonrisa de oreja a oreja que detonaba perversión.
La canción esa de la armónica sobrevino a su mente.
El Sheriff comprendió la invitación y se fue acercando. Su mano no quedó lejos del revolver enfundado. El muñeco imitó su gesto. Sin señal alguna, ambos se detuvieron casi al mismo tiempo, quedando a una distancia dentro del encuadre.
El viento se pronunció, dando su opinión sobre aquella escena con un susurro.
El hombre se sintió ridículo, preguntándose cómo iba a hacer el muñeco para matarle. Recordó dónde estaba y la carne a los lados se remarcó. Fue entonces que se fijó en el lateral del muñeco, donde figuraba una pequeña pistola que le resultaba grande. La identificó como una de esas armas de balines o perdigones, que bien podían acertarle en un ojo si no tenía cuidado.
Jamás hay que subestimar a un enemigo.
Por el fondo comenzó a sonar una especie de banjo electrónico. Miró de reojo y un muñeco se movía por la acera. Simulaba un anciano con una caja de música entre las manos, de donde provenía una musiquilla escacharrada y chirriante que blasfemaba a Ennio Morricone.
Centró su vista en los ojos congelados de su rival. Su mueca siniestra le hablaba sin moverse. Esa voz debía provenir de su imaginación.
Son los nervios.
El tiempo que espera.
La musiquilla se enalteció, y sintió molestia en los oídos. Dedujo que el otro muñeco estaba ayudando a su compañero.
La unión hace la fuerza. Así lo habían logrado los juguetes.
Sin sentimientos o emociones.
Así lo habían logrado.
Tenía que ser como ellos.
Como ellos.
Los disparos se produjeron. Entonces uno se percataba que las manos se habían movido.
La música se detuvo.
Desde un punto de vista donde apreciar a ambos, las dos figuras se mantuvieron estáticas. El viento regresó y una de ellas cayó de espaldas.
El Sheriff guardó su arma y observó su triunfo. Se fue acercando. Le había dado en la cabeza, intuyendo en una décima como había explotado la madera pintada de su cara. Sonrió no muy convencido, con los pelos de punta al imaginarlo.
Quedó delante del cuerpo. Tenía una posición cómica, como el monigote de la señal de paso de peatones. Tuvo la tentativa de pisarlo, pero se contuvo mientras su sonrisa seguía torciéndose de horror.
Juguetes vivos. Una pesadilla de la que jamás despertaría.
No vaticinó el balín contra su ojo. Un chorro de sangre surgió disparado de su cara, que se tapó de un golpe de mano descontrolado a la vez que gritaba.
Notó un deslizamiento por su tobillo, y con el ojo sano observó la serpiente de plástico que se introducía por la pernera. Asemejaba hecha por piezas, derretida parte de su forma y pintura por algún tipo de fuego.
Se produjo un mordisco.
Primero vino el calor, dando paso a un mareo que lo invadió con calma, tornándose el paisaje de un morado tenue. ¿Qué tenía dentro aquel plástico deformado…?
Cayó arrodillado, a tiempo para observar de cerca la cabeza medio volatilizada de su enemigo, donde esa sonrisa aún permanecía. Fue la última imagen de la que tuvo conciencia.
Y de fondo, la maldita canción de la armónica.

jueves, 29 de octubre de 2015

Donde nos Dirigimos (La Obra Maestra)




Con un sencillo silogismo deducimos que la verdad es sencilla y directa, mientras que la mentira es elaborada. Cuanto más lo sea, más posibilidades de percibir su falsa esencia. Sin embargo se puede construir una arquitectura de la mentira a tal punto de engañar hasta al último de los seres humanos.

El arte se basa en la mentira, por lo que, cuanto más desarrollada una creación, más falsa resulta. A las personas nos gusta admirar las mentiras bien hechas. Eso me lleva a recordar que el mundo está lleno de ideas plasmadas, de pensamientos físicos que constituyen el día a día. El arte y creación son sinónimos, y si todo está impregnado de construcciones y deducciones significa que vivimos en una mentira a medida, bien elaborada en nuestro beneficio.

Quiero perderme a conciencia en lo que vendrá, en la mentira elaborada definitiva. Si las obras maestras nos dejan embelesados, ¿no lo hará acaso el mundo perfecto? En pos de negar la dolorosa realidad se está creando átomo a átomo un mundo artificial que admiramos y que llega a correspondernos. El proceso cada vez es más acelerado, y el don de la mentira o el arte están al alcance de todos. Cada uno construye su propio embelesamiento y la suma supone un mundo nuevo que no para de serlo porque se renueva en cada generación cultural y/o tecnológica, las cuales surgen a su vez cada vez más rápido debido a que brotan unas dentro de otras, y en ocasiones por leves cambios o diferencias.

Si la verdad es lo básico, lo puro, significa que los primeros hombres fueron seres que vivieron la verdad, lo que tanto buscan las personas actuales. Fue entonces que surgió el primer mentiroso ─el primer artista─ y las consecuencias que provocó y creó fueron tan sorprendentes, tan hipnóticas para mentes en plena evolución, que el ser humano tuvo la necesidad de aprender a mentir. Mentir podía modificar el mundo, ese lugar tan inmenso que no se deja cambiar. Mentir permitía decir que un cúmulo de piedras era otra cosa hasta el punto en que todos así lo tenían que creer, y contradecir la idea suponía un error. Mentir supuso algo único, dejaba satisfecho al pecho y a la mente, además de que era capaz de ir mejorando…

Siglos después las ciudades son testigo de ello. Son creaciones plasmadas, evolución de una idea que contradecía a la realidad. Si el mundo no ofrecía casas más allá de las cuevas, el humano se encargaría de solucionarlo. Sólo se necesita una imaginación capaz de negar la realidad: si los árboles crecen a su albedrío, les vetamos tal condición y les indicamos hasta dónde pueden crecer; si la pólvora explota por reacción, inventaremos propósitos que le den un sentido; la electricidad jamás se esperó que podía ser negada en su naturaleza para lograr iluminar la noche, esa oscuridad absoluta que hoy día ya nos es imposible recordar ni imaginar.
Las creaciones se van acumulando y para evitar el problema de espacio acaban amoldándose entre ellas, colocándose una encima de la otra o expandiéndose para devorar a las más pequeñas. El resultado es el mundo moderno, donde todos tenemos algo que decir y que con una teoría de facilidad logramos con solo proponerlo.

La pregunta es hasta dónde llegará ese asunto, cuál será el límite si es que es posible que lo haya. De las pocas respuestas que puedo deducir es la abstracción de la mente ante la maravilla que supone la mentira definitiva. Es tan perfecta, con tan pocos resquicios viables… que nos tiene atrapados, que no nos suelta con sus novedades paridas cada pocos minutos. Algunos culpan a la dopamina de nuestros vicios modernos, pero quiero creer que es el orgullo al trabajo de siglos el verdadero culpable. La dopamina sólo tendrá su oportunidad las veces que observemos esas fotos del Universo en su estado más puro, tan lleno de luces primigenias. Ese fuego de la existencia nos mesmeriza en otro sentido que poco a poco vamos olvidando (¿negando?) debido al gran trabajo que hemos conseguido. Enhorabuena, estamos viviendo la mentira más feliz de todas.

La verdad duele porque no se deja dominar con facilidad. Mejor una vida sencilla y emotiva a cada momento que un lugar que evoluciona tan lento. Queda la esperanza sobre que esa misma existencia que dejamos atrás es compasiva, y si algún día tuviéramos que reiniciar ella seguirá ahí para recibirnos. Y con esas, vuelta a empezar.

lunes, 19 de octubre de 2015

Mi Lolita


"Wait" de M83. Qué irónico como final.

Siempre me he preguntado sobre la última canción que escucháramos. Ya que una vida se va, imaginaba que el destino o su prima la ironía tendrían el detalle de preparar una gran sinfonía de despedida; por los malos ratos, y eso. Pero no. En su lugar me han dejado ese tema sonando por el fondo de otra habitación, junto a una luz tenue que no ubico y un goteo ansioso, que sin prisas cae insistente, en similar a la cadencia de la canción.

Aunque tampoco importa.

¿Verdad, luz de mi vida?

Te me apareciste bajo una lluvia de hojas a pesar de que quedamos en una cafetería. Estabas más esplendida en carne que en foto. Si tu retoque de Photoshop permitió brillos angelicales, ten por seguro que eran míseros fotones en comparación a la luz que irradias por naturaleza. Evocas un fuego de verano aun en otoño, de ese que quema las entrañas.

Te me presentaste con una foto mostrando el sujetador, con una cara entre el miedo y lo ingenuo. Mis palabras te animaron y me enviaste otra donde te tapabas los pechos, bellotas tímidas en madurar, valientes en curiosearme al asomar entre dedos de una siguiente foto. Sin decirlo accediste a la webcam. El resto fue olvidarnos de ropas. No lo sabes, pero menudo homenaje me di esa noche.

Te me visualizaste en sueños. Te imaginé tal cual eres, siempre lo juraré: el mismo pelo y color de aura. Esos labios que pensé conquistar. Apenas tardé en comenzar a buscarte. Casi hubo un apenas hasta hallarte.

Tesoros, mi alma. Me habían dicho que se hacen raros de hallar.

En mi imaginación el suelo de la cafetería se llenó de hojas y promesas. Pediste un café y yo una tónica. Pareció molestarte, y te pedí en silencio que no buscaras por diferencias nada más comenzar. Tú me pediste la cita, y yo te prometí una experiencia única, sin saber que fue previa trampa de mi médula trazando cada paso hasta convencerte. Mis entrañas ardieron.

Vi tu reflejo en el suelo de la cafetería, en las losas blancas y negras de la partida que jugamos. Llegó el café y lo intuí con un punto de leche: gota ínfima que re-define un mundo. El líquido estuvo a la par con tus ojos, lo comprobé conforme alzaste la taza y me miraste. Haces tantas cosas a la vez…

Notarías mis piernas inquietas, pero no por los presentes. Tú los mirabas, pero te juro que no les existíamos.

Sin embargo, apartabas la mirada y yo me centraba en tu cuerpo, tan menudo e inexperto en curvas definidas, delator de la torpeza que pensaba matar. Tus pechos parecen más grandes bajo la ropa… me descubriste a la tercera, donde la vencida, y una sonrisa se contagió en tu cara.

Mi memoria se impregnó de tu rostro, y pronto imaginé tu orgasmo, mi pecado.

No tardamos en ir a casa. Por lógica tenía que ser la mía, e insistías en buscar otro lugar. Qué poco sabías en ese momento al cerrar la puerta, aunque no tanto como yo. Cómo cambian las personas después de amarse la primera vez, y más si ya son previos confesores. Pero jamás se acaban los secretos, es imposible.
Recordé tu edad y eso me excitó. Lo notaste, y quise creer que tus pezones también, esos intentos de fruto que pensaba desarrollar con partes de mi cuerpo y del tuyo.

Te ofrecí una copa y no la rechazaste; te ofrecí bailar y no te apartaste. ¿Qué salió mal entonces? Ojalá pudiese culpar a la televisión, pero no la encendiste. Hubo música, vaya que sí, y después de bailar la segunda me confesaste que era tu primera copa. Eso ya me advirtió que iba a ser la noche de las primeras veces. Sonreí y el mal se ahuyentó. Acerqué mi cabeza a la tuya. Aspiré como si me fuera a morir. Deseé desintegrarte y esnifarte.

Tu olor. Mi alma. ¿Qué me dices de tu olor, pecado mío?

Desde que entramos en casa te estuve oliendo, y un castaño floreció en mi salón. Ahora me percato que en el vaso eché licor de crema, y que por inercia mi mano buscó por ser insolente con tu pelo de un color acorde al momento. El olor se intensificó conforme realizaba el gesto de acercar. Te apartaste: qué ingenua durante dos minutos. Otros tantos y ya bailábamos, y en otro reflejo de ese tiempo nos tocábamos. Un poco más y llegaría el fuego de los labios.

Terminaste la segunda y yo la primera, y mis dedos ya conocían tus mejillas. Me tocaste donde debías y mis pulgares reaccionaron definiendo tu frente; tus cejas; tus párpados; tu nariz… te agitaste… tus mejillas; la barbilla; el cuello, ¡oh, el cuello! Sentí un latido enaltecido; la barbilla; los labios… nos besamos. Una chispa saltó, lo juro, y mi lengua no se lo pensó en quemarse; siempre me creí ignífugo.

Me supiste a ginebra y cola, mi lengua sólo necesitó de tres viajes para reconocer tu sabor, tan subyacente como un alma… pero no lo hice así con tu olor.

¿Cómo he acabado así si logré encajar mi cuerpo con el tuyo? ¿Cómo? Si bailamos como poseídos…

Reconozco que me asustaste por el ritmo con el que me llevaste en un primer momento, agachando y alzando con precisión tus piernas. Si era el paraíso, ¿qué sería entonces sin la ropa? No hace falta que te diga la respuesta, mi fuego, entrañas ya deshechas.

Mi boca mordió tu labio inferior y dejé un rastro hasta tu barbilla, que mordí sin pensarlo. Eso te hizo gemir.

Juré que no era mentira.

Y de mientras, tu olor.

Pasaste la pierna por entre las mías y no contralaste tu fuerza al subir la rodilla. No me importó, me excitó. Apretaste más y entonces el que gemí fui yo.

Eso hizo que aspirara más tu olor, ese que creaba el árbol en medio del salón.

Te agarré los pechos y apreté. No te importó. Te agarré los lados de la cintura y abriste la boca sin emitir sonido. Me condenó. Te agarré los lados de la cara y agité mis caderas. Fuimos una obra digna de preparatoria, un eco proveniente del futuro, donde te esperaba en mi mente sin nada salvo el alma ardiendo.

Acaricié de nuevo tu cara. Nos estrellamos contra la pared. Me rodeaste la cintura con las piernas, ¿de verdad eres inexperta? Mis pulgares te re-descubrieron… mis ojos lo vieron, mis dedos tocaron lo que taponaba tu nariz…

El olor terminó de noquearme.

Después del silencio de la luz me veo en esta situación. Mi vida, no me parece romántico yacer en la bañera con ese sonido de goteo que no calla. Al menos está aminorando. Intento agitarme, pero ya apenas produzco olas.

Esa es la señal, ¿verdad?

Me miras desde lo alto. Confieso que eres una diosa, tan absorta por la escena. Espero que sólo seas así por lo que te estoy ofreciendo. ¿Ves? Te dije que vivirías una experiencia única. ¿Comprendes?

Espero que sí.

El cuchillo devuelve un brillo. Me parece hermoso,  y más si es empuñado por ti…

El goteo aminora. Cada vez siento menos prisa.

Las olas rojas hace tiempo que se detuvieron. Qué pena, qué maldita deidad cuando te hipnotizas por las ondas. Aun en la oscuridad de mi baño puedo imaginar tu rostro, esos reflejos en los ojos.

Qué nueva mirada, qué perfecta, te había imaginado en tres viajes por mi cuerpo. Lo idílico vuelve a morir sin haber nacido.

Dame un último deseo, te pido sin palabras. Mis ojos suplicantes no te importan, y eso me hace anhelarte aún más. Intento levantar mi brazo de venas abiertas pero el movimiento hace tiempo que se adelantó. ¿Hice mal en gastar mis últimas energías en recordar lo acontecido? No, para nada, ha resultado tan especial que no me lo hubiese perdonado.

Qué perfección desde el mismo instante de mirarte a los ojos de la foto; de escuchar los pasos en el suelo de la cafetería; de tocar tu piel que algún día dejará de ser suave… me quedan tu sabor y el… el…

Te miro. Es entonces que expreso una duda: ¿Soy el primero al que haces esto?

Reaccionas forzando una mueca, cada vez más exagerada. Tus dientes apretados resaltan junto a tu mano lanzándose para atravesar mi cuello con el cuchillo.

El gesto me llena de vida.

Antes de irme, visualizo en tu mirada una pregunta: ¿He sido la única?

Sonrío.

jueves, 17 de septiembre de 2015

La Cancioncilla




Paseando por el prado volvió a escuchar la canción; la cancioncilla silbada. De un ritmo y cadencia medios, simpática y un tanto ausente.

Estaba harto.

Caminó obviándola, difícil porque sonaba justo en su cabeza. Los oídos se ponían a la defensiva y la nuca se le tensaba. Era una melodía a la que había acompañado alguna vez con un silbido armonioso, logrando un dúo inigualable (con toda la consecuencia que esa palabra traía consigo). Continuó caminando. Ya podía escuchar en la lejanía el rumor del río… bajo la melodía en su cabeza.

Rabió en silencio. Eso hizo acallar a la canción.

Se forzó a calmarse. Observó el paisaje: verde y extenso, acariciadas sus hierbas y matojos por lo invisible. Era una serenidad admirable, como una sinfonía intuida. Eso le hizo sonreír, y nuevas notas surgidas y creadas por la nada de la mente lo animaron a aligerar el paso. El río quedaba cerca.

Entonces la cancioncilla regresó.

La melodía. De tan bella repetitiva. Sabía cómo ignorarla, lo había hecho miles de veces. Había tenido una vida larga, o eso quería creer, y la canción había sido como una enamorada de la que es imposible separarse cuando es demasiado tarde, habitando los segundos y compartiendo cada emoción personal… convirtiendo lo vano en sufrimiento…

Se detuvo y tembló. Eso no acalló a la música. Gritó y varios pájaros saltaron y volaron desde la vegetación. Continuó gritando. La melodía en su cabeza desapareció como si una de esas aves hubiera realizado una rasante para llevársela.

Te odio.

Tal sinceridad pareció liberarlo de un peso interior. Comenzó a respirar de manera profunda, llenando hasta doler sus pulmones hasta la barriga. Observó la piedra que había a un lado, gris y típica, tan informe a como sentía el alma. Era deleznable por haber gritado, por hacerlo cada día sin importar si había personas alrededor.

Era un monstruo.

Se vio tentado a coger la piedra. Pero obvió la idea aplicando el mismo esfuerzo que con la canción.

El río protestaba cada vez más fuerte. Quería lavarse un poco. Había caminado un largo recorrido y se sentía con derecho a refrescarse. Bebería y tosería por el ansia, provocando un eco interior. Se sentaría y disfrutaría un poco más del lugar. Querría ser un color más de los cientos que lo rodeaban. Sería un ser vivo que vigila a otros que comen de la flora dentro de ese mágico equilibrio que es la naturaleza… la naturaleza, qué cruel y caprichosa puede llegar a ser…

El silbido regresó.

─¡Te he dicho que basta!

Comenzó a correr y pronto se ubicó en la orilla del río. Se dejó caer de rodillas y miró a su reflejo… apretó los dientes.

─¡Te odio! ─pero eso sólo acentuó a la canción─. ¡Te aborrezco!

Y siguió allí, la dichosa música de su cabeza.

Volvió a gritar e introdujo la cabeza en el río. No calculó bien y se golpeó, por lo que quedó mareado y dolorido. Con calma se fue incorporando. Sin embargo comenzó a notar la garganta llena. Se centró en asegurarse que había sacado la cabeza. Tenía la cara empapada, helada por culpa de la brisa: le dolía como si se la apretaran.
Intentó incorporarse al completo, pero apenas pudo mantenerse mucho tiempo de pie. Cayó de espaldas. La música se acentúo: las mismas notas, una detrás de otra; secuencia repetitiva, como su vida de circo y risa, injusta y alejada a la lógica…

─Basta…

Quiso gritar, pero un dolor en las sienes se lo impidió. Notó la garganta llena, y sentía un sabor a oxido. Intentó hablar y una cascada brotó en su lugar: palabras derretidas, era lo único que podía formar… se incorporó un poco y quedó apoyado con el codo. Escupió y vio el rojo destacando sobre el verde.

Se mantuvo ahí, con los ojos cerrados como si pensara. Volvió a escupir. Cayó de lado.

Esta fue su vida. Lo último que escuchó fue el silbido dentro de él.


La policía terminó de tapar y llevarse el cadáver. El inspector al cargo negaba con la cabeza. Aquel hombre era un condenado desde el nacimiento, no merecía morir de esa forma. Una de las hipótesis era que se había intentado suicidar metiendo la cabeza en el río; o quizás resbaló golpeándose contra las rocas sumergidas, una ironía masoquista acorde al sufrimiento que tuvo en vida.
Conforme se alejaba, el agente fue analizando a aquel hombre. Recordaba que una noche, haciendo guardia por el pueblo, se había parado al lado de la ventana de la casa del muerto. Se detuvo en busca de un cigarro; o por respirar la noche, poco importaba, y fue entonces que escuchó los ronquidos superpuestos por una melodía silbada. Había dormido en habitaciones donde ronquidos eran alternados por susurros, pero aquello era diferente: el silbido provenía del mismo lugar que los ronquidos.

Se estremeció.

La canción era pegadiza, no lo podía negar, de un ritmo y cadencia medios, algo tranquilos como si intentaran evadirse de la realidad. Y es que lo real poco concordaba con aquel hombre afectado en su cabeza por lo llamado “Fetus in fetu” o gemelo parásito. Una cara abultada en la frente debe de ser una pesadilla diaria, donde soñar con una debía resultar un alivio en comparación.
El policía esperezó el cuerpo y aspiró el aire: fresco, un poco picante. Le resultó revitalizador, y eso le animó a comenzar a silbar la cancioncilla mientras se alejaba.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El Poder de Menéame



Llevo en Menéame.net unos años y allí he aprendido de todo. No sólo por las noticias, sino también por los comentarios, de una media entre ingeniosos y “troleantes”. Se hacen de querer, vamos.

Si me he decidido a confesar es porque ayer mismo me sucedió algo curioso en relación a esta web, o así lo quiero creer. Suelo visitarla a menudo y subir casi todo artículo que se me cruzo. Esta actitud me ha enseñado lecciones, ahí donde se ve, y a leer opiniones tan dispares y con peso que es imposible no aprender. Bien, hace dos días subí esta noticia:


Trata sobre objetos de diseños y avances para la ciudad. Se muestran ejemplos que ya existen, como las paradas de autobuses con columpios o los bancos/sillas que también sirven para apoyarse o de mesa. La noticia no va más allá de lo curioso o de dar información sobre un hecho que poco a poco irá llegando.
¿Cuál es el hecho entonces? Pues que ayer, hablando con un conocido aleatorio de tantos de mi pueblo, me comentó sobre uno de los objetos de los que habla la noticia. Estábamos en la parada del autobús y casualidad que surgió el tema sobre las que tienen columpios. Se podría considerar una casualidad, y en parte así lo considero…

Si no fuese porque no es la primera vez que me sucede.

A lo largo de mis años en Menéame, noticias que he compartido como la de Kuratas, el mecha, el lavado de cara del Quake, el robot que pinta mientras duermes, los poderes mágicos de Alan Moore  o la de el cantante de Opeth viendo a los One Direction han sido tratadas a la larga en conversaciones con conocidos y amigos y sin haberlo provocado. Es normal que te llegue a Portada una noticia y que en ese mismo día o al siguiente la veas en el muro de Facebook de algún amigo, pero considero más único que lo hables con alguien que apenas conoces y en otra ciudad, como me ha sucedido.
Pero mi caso favorito, el más sangrante por así decirlo, fue con un amigo que se me puso a hablar de una de mis Portadas más sonadas: https://www.meneame.net/story/another-brick-in-the-wall-analisis-cancion-perfecta
Sin mostrarlo, aluciné, lo escuché con calma y supe cuándo acertaba y cuándo no. Me habló de la canción con la misma emoción que yo escribí sobre ella. Ahora repaso el artículo y reconozco que necesita un arreglo, pero la idea; la esencia, sigue ahí, y es contagiosa como un virus. Le corregí en forma de opinión lo que comentó sin decir que el artículo era mío. Me sentí como un Sócrates que se guarda secretos del Universo por puro capricho (o no).

Es el poder de la comunicación, sobre todo de las redes sociales, y lo que antes eran chismorreos ahora son noticias de titular. Y es entre manos que tenemos una herramienta más poderosa de lo que se cree, que me hizo pensar que cualquier cosa que digas por la red, cualquiera, puede influir de una u otra forma en el mundo exterior, a veces mucho en algunas personas.
Ya se ha visto con políticos o gente de renombre, que por una palabra de más, un chiste o una mínima falta de ortografía se les ha abalanzado una turba mediática. Si yo, que soy un ciudadano del montón, he logrado influir y contagiar información, ¿qué no logrará alguien que tiene miles “a sus pies”.

Más que una anécdota, es una reflexión.

Share

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites