martes, 14 de noviembre de 2017

Ya Basta: sobre el Presente que ya es Futuro



Este artículo surge al escuchar sobre el dato que asegura que más de la mitad de los jóvenes de entre dieciocho y treinta años no tienen un objetivo claro en su vida, incluyendo una estadística similar que afirma que cada vez más jóvenes toman anti-depresivos. Estos datos se aplican a España, asustado por si me da por buscar a nivel mundial.
A mí me pilla más adulto con respecto a esa generación, pero la comprendo, pues he vivido el cambio del paradigma moderno, basado en la masificación de la tecnología de comunicación. Viví la época en que había novedades tecnológicas cada uno o dos años, pasando a presenciar un acelerón del que todos ya nos adaptamos conforme se postea la novedad. Tanta velocidad y prisas, ¿es bueno? Nuestro cerebro va evolucionando de generación en generación, pero ahora en una única generación de personas vivimos gran cantidad de cambios y… “experiencias”.

Para comenzar mi alegato, diré que somos víctimas del “Do it Yourself”, una relevación de responsabilidad hacia uno mismo. Somos los causantes de todo lo que nos suceda en la vida. De acuerdo, pero con esa premisa se nos culpabiliza hasta de situaciones que nos son ajenas. Mis temporadas como “Nini” son un infierno, pero porque así me lo han inculcado para que lo sienta. He escuchado a cercanos que, si no trabajas, no tienes derecho a nada, que no debería ni votar ni opinar sobre política o sociedad. Uno tiene más tiempo libre y puede informarse de la actualidad, pero sin embargo no se te tiene en cuenta, surgiendo esas miradas automáticas de superioridad o desprecio, pasando por la clásica indiferencia que cambia de un día a otro a interés si ya tienes trabajo. No les puedo culpar, así les han enseñado o han aprendido de verlo alrededor. Todo esto provoca una sensación diaria de inferioridad y marginación, lo que explica bien ese dato sobre anti-depresivos entre los más jóvenes. Se ha creado una generación nihilista que se siente culpable sin tener toda la culpa de un problema que resulta nacional, si acaso no mundial. Somos gente invisible, pues no somos el problema de nadie. Nos dicen que nos busquemos la vida, que es lo que hay, pero aunque les expliques que hay semanas que mandas más de cien currículums para nada, no terminan de convencerse, siguiendo en sus trece de que algo haces mal, que no puede ser.
Recuerdo que cuando terminé mi época de estudiar encontré trabajo enseguida. Fue terminar de ese primer trabajo que encontré otro en menos de un mes. Dos años después presencié la primera señal del cambio cuando esa empresa, bastante grande, fue disminuyendo su plantilla, estando incluido en los múltiples despidos. En apenas dos meses, encontré otro trabajo. La gran empresa donde aprendí tanto ya no existía. En este nuevo empleo me vi afectado por primera vez de cobrar menos del mínimo, de realizar horas de más y sin contrato. Cuando ya podían arreglárselas con uno menos, me dieron puerta como si nunca hubiese estado allí. Era la primera vez que vivía una situación así, incluso la primera vez que sentía que deseaba irme de un trabajo o directamente no ir, tan acostumbrado a lo que debería ser de por ley. Qué ingenuo, aunque a los meses de nuevo trabajaba. Dicha empresa también cerró, y supe entonces que no era mala suerte, que algo sucedía. Años después, me he pasado que si en cursos inútiles que ofrece el paro y trabajos precarios donde lo que produces y aprendes es casi anecdótico. Supe que algo iba mal, pero el hastío y el peso de “ser diferente” comenzaron a cegarme, quedando con la cabeza gacha durante ciertas temporadas. Me sentía horrible, un paria a pesar de haber hecho lo que me dijeron que debía hacer y que era lo correcto.
Es entonces que me pongo en situación de los que son más jóvenes. Ellos van con promesas mientras estudian, y al salir, hallan un vacío. Tienen la cabeza llena de ilusiones de un mundo donde todos tienen derecho a triunfar, contaminados por el tópico de película Disney, literalmente. Si apenas consiguen un primer trabajo digno, ¿cómo van a saber qué es eso? Se malacostumbran, y se quejan por lo que han oído o leído de otros, no por experiencia propia. Poco a poco hay más Ninis, pero son creados por las circunstancias de un problema enorme que aún nadie ha sabido —o querido— explicar con claridad. Se van encerrando en sí mismos, siendo felices dentro del ilimitado mundo de las distracciones que ofrece Internet o la nueva forma de hacer televisión, los videojuegos, o el auge de las series. Nada de esto es malo pero tampoco bueno, es lo que es y se ha convertido en un modo de vida. En cierto modo la película Disney se ve realizada, aunque sea en un aspecto más íntimo y, por lo tanto, secreto. La única suerte que tienen es que se tienen unos a otros, los únicos seres humanos que comprenden porque viven la misma situación, compartiendo un ensueño colectivo a diario con juegos on-line, WhatsApp, foros de temáticas muy específicas, etc… sin llegar a asimilar que nada es para siempre, ajenos a base de entrenar la voluntad sobre que tarde o temprano esa realidad inquebrantable se los tragará. De mientras, queda disfrutar lo que se pueda.

Somos generaciones estigmatizadas, víctimas de algún gran error ajeno del que no terminamos de identificar su procedencia. No obtenemos respuestas, no avanzamos, y esa incertidumbre carcome. No tenemos derecho a nada, y aunque consigas un empleo, sigues igual porque no es un trabajo digno a como citan las normas populares que nadie escribió pero que todo el mundo conoce. ¿Trabajas en X cadena de comida rápida? Qué mal está la cosa tío, te dicen, mientras que en el fondo ya te están etiquetando y definiendo. Los días pasan y son cada vez más oscuros. Para algunos ya lo son del todo, pues se oculta el dato sobre que el índice de suicidios ha aumentado. Sé que no se informa sobre ello para evitar una conducta espejo, pero sucede igualmente.
Como sedante ante el dolor e incógnita sobre el futuro personal, existe el entretenimiento, como he indicado antes. Me fascina a su modo el aumento sobreexplotado de ficciones de todas las índoles. Por ejemplo, ahora todo el mundo ve series. Siempre ha sucedido, pero ahora es un modo de vida que en el fondo me asusta, una especie de evasión auto-impuesta y constante que parece relacionada con el disgusto de nuestra propia vida; cuanto mayor es la infelicidad en nuestra vida diaria, más se consume entretenimiento o se practica cualquier tipo de ocio, pasando el deporte a esta categoría para cierto grupo de personas hasta el punto de considerarse moda.
No pienso enarbolar el tópico de que la televisión o similar es mala, lo peor que existe y que corrompe a las mentes y por lo tanto a la cultura. Me limitaré a ser un observador, como todo narrador debe ser, a un consumidor más dando una opinión personal a lo que observa y vive sin intención de imponer.

Comenzaré señalando sobre mi teoría sobre el origen de la ficción como entretenimiento. Antes que didáctica, fue evasiva. Los primeros seres humanos vivían bajo una presión de supervivencia que es imposible imaginar. Sus comodidades era no pasar frío y tener el estómago lleno, siempre con el rabillo del ojo alerta por el peligro constante de otros depredadores. Surgió así el primer gran mentiroso, que exageraba la verdad para cosquilleo cerebral del resto, cuando no actuaba solemne y contaba una historia que bien podría ser real. Entre esos relatos del cuentacuentos primigenio (donde además se pueden incluir a los primeros músicos o creadores de ritmos), habían historias sobre tribus o manadas más desgraciadas, devoradas por fieras exageradas. Puede que en verdad el primer relato surgiese de una desinformación o rumor tergiversado, por lo que la esencia es la misma. El prehistórico iba entonces a cazar con esa historia en la cabeza, aliviado al saber que otros habían tenido peor suerte, o inspirados por la leyenda de un gran cazador imbatible que alimentó él solo a su poblado, viviendo una larga vida que, para el promedio de edad de entonces, era casi como un inmortal.
De ahí nacieron los primeros seres pensantes que deseaban ser historia. Milenios después, la televisión ha funcionado y funciona del mismo modo. ¿Quieres formar parte de la conversación de los demás? ¿Ocupar por un momento sus mentes? Participa en nuestros múltiples espectáculos de usar y tirar.
Y es que la ficción no deja de ser una mentira, y de la peor si no se tiene control, pues te puede transportar a otra realidad donde no existe ese futuro que tanto temes a diario. Remarcaré de nuevo que la televisión no es peligrosa ni dañina ni parecido, pues, al igual que con Internet, depende del uso que le des. Aunque, relegar la responsabilidad a uno mismo y a nadie más, ¿de qué me suena? Quizá la excusa sobre que de algún modo nos culturiza, es de los grandes placebos mejor inventados. Siempre recordaré la reacción de un amigo más joven cuando le conté que también existe la cultura basura, tomándolo como una ofensa. Esas reacciones sólo dan que pensar.
Una relación que no puedo evitar ver es, cuanta más presión y exigencia se nos solicita en la vida, más consumo de ocio se produce. Sin embargo, se exige realismo, de mis ironías favoritas cuando se trata de ficción. Cada vez se pide más realismo y veracidad en las obras de ficción, en la que sea. Parece como si la mente evolucione percatándose más y mejor de la falsedad de la ficción, exigiendo más certeza para poder creerse la mentira y evadirse del dolor existencial. Cuanto más elaborada esté la mentira, mejor para creerla y sucumbir a su placer, convirtiéndonos en otro que nada tiene que ver con nosotros mismos, ese ser tan lleno de responsabilidades. Y es que las primeras farsas ya son en el colegio, donde con compasión cruel no nos preparan para lo que se avecina, creciendo a base de decepciones donde alguna, digo yo, se podría evitar; somos seres que crecen y maduran a base de decepción. Lo raro es que sonriamos más de un día seguido.

Es entonces que regreso a las generaciones menores de treinta años. Pienso en la ficción que consumen, en los autores e ídolos que les son ejemplo y… me desconcierta, pero porque no sé cómo va a ser su futuro. Si apenas sé cómo va a ser el mío, el suyo es más incierto todavía.
Tengo a varios autores que me mantienen los pies en el suelo o me dan golpes de realidad. Gente como David Foster Wallace me hablan de la realidad, de los detalles que la complementan y que me hacen fijarme hasta mejorar como persona. Pero, las generaciones actuales, ¿a quiénes tienen? Pienso en los youtubers y me da escalofríos. En una actualidad que prima por la inmediatez, ¿cómo se tomará a autores como Thomas Pynchon? Imagino una cabeza explotando, pero la realidad es que comenzarían uno de sus libros y se distraerían enseguida con otra actividad para después pasar a otra, siendo lo más realista que ni sepan del libro si su “influencer” de turno no lo recomienda.
Pienso en los escritores que se leen ahora y me doy cuenta que no desconectan de la ficción más mentirosa, pues las novelas juveniles actuales se asemejan a descripciones sobre una película. No es ningún complot para vender más o algo así, la verdad es que los nuevos escritores se crían con el cine antes que con las experiencias reales (de hecho yo he escrito novela como si de un cómic se tratase, tan criado por estos).
Un narrador es un observador y describe a partir de lo que conoce, ha visto y oído. Si todo su mundo se basa en la ficción encuadrada en pantallas, ¿cómo esperar leer con el tiempo a otro autor de la talla de los clásicos? Y es que éstos eran de una era pre-televisión, por lo que tenían más nociones de realidad, donde su entretenimiento y aprendizaje cultural relacionado con las historias seguía siendo el boca a boca o el reunirse en grupo a contar cuentos y rumores.
Las influencias actuales son maestros de la mentira que viven en un mundo propio que es mentira, más exagerado aún a la época en que sólo predominaba la televisión. Se sale cada vez menos de casa, y si se hace nos encerramos en el móvil. La realidad que dominamos al narrar se basa en relaciones no naturales, donde conocemos a personas que se esconden detrás de un avatar. Llega la hora de quedar en persona y vemos que el personaje es distinto, y algunos no soportan esa verdad, les duele, o incluso imitan entonces a sus avatares de la red, resultando entre extraño, inquietante o cómico ver esos comportamientos. Ciertos rasgos de la personalidad son sustituidos por la ficción/imaginación de otros; el humor ahora es más de “meme” o situacional ajeno (de temas graciosos que a otros les ha pasado o han dicho, en lo principal youtubers) y eso me incomoda, mientras que a las nuevas generaciones les es normal, por lo que será la norma.
De hecho el modo de imaginar es distinto, siendo limitado como digo a las normas de creaciones ajenas. Recuerdo que de niño imaginaba en plan dibujos animados, y hasta que no aprendí a imaginar situaciones factibles en imagen real, no comencé a madurar en ciertos aspectos. ¿Quién no dice que esa madurez tardía cada vez más común no se deba a esa capacidad limitada de imaginar? Estancada por la falta de experiencias reales en ese mundo lleno de personas feas comparadas con el famoso de turno, que dan entre miedo y respeto debido a poseer una imaginación exagerada, descontrolada y prejuiciosa.

Y es que veo que cada vez hay más frialdad con respecto a lo real. Los bebés que ya crecen con el móvil en la mano van a ser personas introspectivas e introvertidas, llenos de sentimientos ocultos y de un fondo al que sólo se podrá acceder si uno chatea con ellos, apareciendo el autismo tecnológico. Seremos uno con la máquina, aunque más mental y con los sentidos que físicamente. La vista verá mejor de cerca, con lo que las actividades relacionadas con mirar lejos se complicarán a menos que se usen aparatos o robótica.
Habrá tal exceso de información que cada postura u opinión se podrá contradecir con un supuesto estudio o artículo. Todo pensamiento será rebatido al instante, y la gente será tan ambigua que cada vez se dejará llevar más. Por otro lado, existirá la verdadera indiferencia, pues tal cantidad de información ya nos está insensibilizando, importando más conseguir titulares del tipo “Mientras se estaba escribiendo este artículo, se ha extinguido otra especie animal”, por lo que será más una anécdota que una información que terminemos de asimilar como real. Se leerá cultura y noticias sólo para poder comentarlas, nada de concienciarse o alimentar el interior con gusto, porque en el fondo poco nos importará o no terminaremos de tomarlo en serio del todo.
Los sucesos del mundo serán anecdóticos, y la gente que consume constantemente la anécdota acabará teniendo vidas como tal, lo que es peligroso cuando se trate de enfrentarse a un problema real que atañe a todos, a menos que me equivoque y tal golpe de realidad nos despierte al fin del sueño.
Como demostración, imagino a personas observando de lejos cómo se acerca una onda expansiva de un modo muy lento, casi imperceptible aunque demostrable, medio cegados, comentándola siempre con suposiciones, buscando por información para comprenderla y presumir al explicarla a otro, el cual contradice a su vez con la desinformación inconsciente que ha encontrado con su buscador de confianza… todos arrasados por la onda.

En resumen, somos unas generaciones de nihilistas involuntarios. Este hecho me preocupa desde hace tiempo, escribiendo un relato sobre el tema en clave de Realismo Sucio. Sobre este artículo surgirá la clásica opinión que contradice, la que apoya, la que añade y la que se desvía. De nada servirá aunque opinen un millón de personas, todo seguirá igual y esto quedará como, bueno, una anécdota. Haremos como que nos concienciamos sobre el tema, pero la rutina de nadie cambiará. Por dentro ya sabemos las respuestas a muchas penumbras de la vida, y sin embargo no hacemos nada. De nada sirve leer y leer hasta ser el más sabio, pues si no se aplica nada cambia. Habrán existido sabios mejores que Sócrates o más inteligentes que Einstein, pero se quedaron vete a saber dónde porque todo lo sabían pero nada hicieron. El mero movimiento, por ínfimo que sea, ya produce acción, y la necesidad de escribir este texto ya me hace sentir y mentirme a mí mismo que estoy haciendo algo, lo que sea, que ya hago más que aquel que calló y se ocultó a la espera de una revolución o cambio que no llega y de la que en el fondo sabe que no participará por pura cobardía.

Da lo mismo la cantidad de palabras que escriba aquí, pero escribirlo demuestra esa parte de mí que considero real, que aclara que de ser mentira mis palabras, no podría haber elaborado un texto tan extenso lleno de relaciones. Se leerá, se pensará, se improvisará o no una opinión del momento y una anécdota más para la colección de las que llevamos en esta vida. La memoria archivará y comprobaremos que el mundo sigue dando vueltas, como cuando muere alguien.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Si lo Piensas, Sucede



El altavoz digital iba alternando entre las canciones seleccionadas por uno y luego por otro. Uno y otro, ahí estaban sentados en el sofá de tres plazas, medida la distancia en medio, manejando con el Bluetooth de sus móviles la alternancia de melodías predilectas, seleccionadas por el ánimo del instante, la nostalgia momentánea o el puro azar de pulgar.
—En estos momentos alguien se está ahorcando —dijo uno.
El otro no dijo nada, sumido en pasar con el dedo la lista que se deslizaba hacia arriba en la pantalla de móvil. Se escuchaba la uña chocando. Medio minuto después dijo:
—¿De qué grupo es esa?
—¿Eh? Ah, no. No es una canción. Es algo que se me acaba de ocurrir.
De respuesta recibió un gemido a boca cerrada. Siguieron embelesados en sus respectivas pantallas. El otro seguía analizando su lista —ya iba por la P—, y el uno alternaba entre el navegador web y la lista de su reproductor. Tenía más claro qué canción poner a continuación, y así hizo. Un poco de Weezer.
—De Weezer nunca hay poco —dijo el uno—. Son demasiado grandes.
—Bue. Están sobrevalorados.
—¿Qué dices, tío?
Pero el ambiente no cambió. Siquiera se habían mirado. Pasaron minutos entre comentarios escuetos y casuales sobre el valor de según qué banda. Les quedaba el resto de la tarde y parte de la noche para evaluar decenas de canciones más, y eso atormentó y alegró los interiores por igual; la confrontación o dilema del joven que procrastina la vida.
—¿Y lo del colgado a qué venía?
Teclearon un rato los móviles. Gestos automatizados.
—¿Eh?
—Lo de que alguien se ha ahorcado. ¿Pasó hace poco? No me he enterado.
—Ah. No. Paranoias mías.
—Ajá.
El uno se levantó para dirigirse a la nevera que había en la esquina. La caseta no era grande, asunto que alcanzó a abrir en tres pasos. Buscó por un bote de cola. Cerró.
—Tráete uno, ¿no? —dijo el otro desde la morigeración del sofá.
Y así hizo uno. Regresó al mundo dentro del mundo. Vuelta al móvil.
—Qué me digas lo del ahorcado.
—Que sí, coño. Es la paranoia que me ha dado por pensar que, en estos momentos, alguien se está ahorcando.
—Dirás en el momento en que lo has dicho antes.
—Calla, gilipollas. Que la parra trata sobre que, millones de personas que existen, es pensar en una posibilidad que… —calló. Se concentró en un asunto invisible en el móvil—. Pues eso. Lo piensas, pues ha sucedido.
El otro siguió buscando por esa canción que le daría la victoria de la tarde.
—Pues eso —prosiguió el uno—, que ha sucedido o que está pasando en estos momentos.
—Entonces, si yo ahora pienso que alguien se está ahorcando. ¿Está pasando?
—Tanta gente que hay, pues puede ser. O como mínimo suicidándose. ¿Cómo te quedas?
—Estás flipao, pero me mola. Voy a probar.
—Ni que tuviésemos poderes —dijo y rio.
El cuadro que conformaba el sofá con ambos amigos regresó. Uno de ellos rompió —o mejoró— la armonía conforme abrió el bote con la mano libre. A los segundos el otro recordó y abrió el suyo, usando las dos manos tras dejar el móvil en la pierna. Dio un sonoro sorbo.
—Voy a probar, tú —dijo el otro—. Ahora mismo alguien se está ahogando.
—¿En la playa?
—En el mar. O en la bañera de su casa, qué sé yo.
—Eso es muy raro.
—¿Y tu ahorcado no?
—Es más fácil que ahogarse en tu puta bañera.
—Mi bañera es grande. Ahí se ahogan dos.
—No digo eso, atontado. Digo que ahorcarse sucede más. Al menos en algunos países, como Japón.
—Mientras hablabas se ha ahorcado otro.
—Pues puede ser, ¿que no? Incluso ahora acaba de pasar un accidente de coche en algún lugar del mundo.
—Hostia, tío, eso sí.
—Ya vas pillando.
—Pero porque el copiloto se la estaba chupando al conductor.
—Gilipollas —dijo riendo. Continuó unos segundos—. Joder, tío, y seguro eran dos tíos.
—Eso es más improbable —dijo acompañando la risa.
—No, no, si lo piensas es más probable —dijo y se enfocó hacia el rostro de su amigo. Éste le correspondió y mantuvo la mirada—. Los gais están más salidos, hacen más a menudo cosas de esas.
—Tío, qué homófobo.
—Qué va. Hacen quedadas entre árboles, en mitad del monte, para darse por culo.
—¡Tío!
—¿Qué? Si a mí me da igual. Lo fuerte es que se lo montan entre desconocidos.
—Anda.
—Que sí que sí. Son zonas específicas donde quedan según qué días. Mira por Google si quieres.
—¿Y qué pongo? ¿Sitios donde poder darse por culo tranquilo?
—Y en grupo. Pues ahora mismo está pasando.
—¿El qué?
—Joder, pues una panda de maricones haciendo el tren.
—Que no seas tan homófobo, que por ahí te malinterpretan y te joden.
—Mientras no me jodan de verdad, me da igual.
El otro negó con la cabeza y regresó a la pantalla. El uno se mantuvo pensativo, dio un trago y regresó al móvil. Pasaron unos minutos más. La música seguía sonando.
—Lo estás buscando —dijo el uno.
—Qué va. Estoy mirando probabilidades.
—¿El qué?
—Sobre lo que hablabas. ¿Sabes que mueren más por accidente que por ser pillados por un tiburón? Lo de las películas es todo exagerado.
—¿Y ahora te enteras?
—Oh, perdona, eminencia de tiburones.
—Decía lo de las películas —dijo y dio un sorbo—. Vamos, que te has convencido de mi rayada.
—Me ha molado. Ahora mismo pienso que uno o una puede estar rompiendo con la novia, o dándose el primer lote, o perdiendo la virginidad…
—¿Te das cuenta que sólo piensas en lo mismo?
—Déjame acabar, hostia. Que digo que ahora una persona puede estar, no sé, aprendiendo a nadar, viendo nacer a su hijo…
—Es normal, seguro que está pasando. Lo que mola es imaginar el lugar, que si país, el aspecto de las personas, cómo van vestidas —fue comentando.
—Ya ves. O puede que estén en estos momentos en el hospital viendo morir a un familiar…
—Eso ya no mola.
—Pero si tú te has cargado a un japonés ahorcándolo —exclamó.
—Ahora mismo se ha ahorcado otro.
—Da para pensar. Es eso, si lo piensas, está sucediendo. O acaba de suceder hace, no sé, ¿segundos? ¿Minutos? Si es posible ser pensado, es posible que haya sucedido. O que suceda.
—¿Has mirado lo de los lugares gais?
—Calla, coño. Se te va.
—Yo sí que lo miré. Hay uno no muy lejos de aquí.
—¿Qué?
—Y me acerqué por curiosidad. Habían tres allí, dándole que te pego.
—Te estás quedando conmigo.
—Y a uno lo conocemos. No te vas a creer quién es.
—¿Quién?
—Si te lo digo, tú verás. ¿Estás seguro?
—¿Quién, joer, quién?
Entonces el uno calló. Se mantuvo mirándolo, dando un par de tragos de mientras.
—¿Pero vas a decírmelo?
—Tu padre. Vi a tu padre.
Se quedaron callados. El otro frunció el ceño.
—Qué gilipollas.
—Te lo has tragado —comenzó a reír con fuerza. Continuó a pesar de los puñetazos del otro hacia su costado.
—Pedazo de subnormal.
—Eh —fue diciendo entrecortado—, no te metas con los subnormales, que luego te malinterpretan —terminó de decir para entonces reír con la misma fuerza que al inicio.
—¡Gilipollas, paso de ti!
El otro regresó a su móvil, apartándose hasta el extremo del sofá. La risa continuó. El uno estaba tumbado, escupiendo carcajadas hasta toser, con lo que expulsó la risa en imitación a un arma. La música no se apreciaba.
De forma gradual llegó el silencio. Se escuchaban los suspiros del uno tapando a trozos la canción que el otro había estado escogiendo una detrás de otra. Un suspiro final sucedió conforme el guasón se incorporaba en el asiento. Tenía la cara roja, permanente la sonrisilla.
—A lo mejor tu madre se está muriendo en estos momentos —dijo el otro.
—Eh, gilipollas, con eso no se bromea.
—¿Y con la muerte de otros sí?
—No es lo mismo. Yo no provoco que se suiciden o se mueran.
—A lo mejor el hecho de pensarlo ya lo provoca.
El uno se aguantó la risa. Se detuvo al notar el dolor en el abdomen.
—¿Qué dices, tío?
—Que tanta gente que hay pensando, a más de uno se le cumplirá lo que piensa. Lo raro es que suceda justo a su lado.
—¿Cómo?
—Que se cumplen sus pensamientos, pero en la otra punta del mundo.
—Tío —dijo y aguantó colocándose el puño en la boca—, no me hagas más risa, por favor te lo pido —Sus cejas se enaltecieron, cerrando los ojos y la boca como signo de resistencia hacia la diversión.
—O sea, tú dices la gilipollez de que alguien se está ahorcando en estos momentos, y lo mío, que se basa en lo mismo, es una gilipollez —Resopló, pulsando con más fuerza los pulgares en el móvil—. Que te den.
—Sólo si es por ti.
—¡Que no estoy para bromas, me cago en la puta!
El otro se enfocó y levantó la mano que sujetaba el móvil. Apretaba el puño y los dientes, su cara enrojecida.
—¡Tranquilízate, coño! —clamó el uno—. Vaya tela, no sé porqué te pones así.
—Te has reído de mí un buen rato, cabrón.
—Tú en mi lugar…
—Basta de tus falacias —dijo y bajó el brazo. Se centró en mirar al suelo. Resopló con más fuerza, asomando lágrimas.
—Falacias, vaya tela.
—Lo siento. Es que últimamente estoy tenso. Perdona, de verdad.
Sin embargo no se atrevía a mirarlo. El uno acercó la mano hasta el hombro del otro.
—Que no pasa nada, coño. ¿Pasa algo en casa?
—No. No es eso.
—¿Entonces qué es?
—Nada, en serio. No me hace gracia que se rían de mí de esa forma.
—¿Y tras tantos años ahora me entero? No me lo creo.
—Pues te lo crees. Al igual que me creo yo lo de que ahora alguien se está suicidando o recibiendo por el culo.
—O las dos al mismo tiempo.
—¡Tío!
—Venga, ríete. Que son coñas. Yo no deseo que nadie se muera o que se de por culo de verdad.
—Ey, darse por culo es tan respetable como practicar el sexo normal.
—¿Sexo normal? Tío, ¿quién es ahora el homófobo?
—Tu padre.
—Tranqui —alargó.
—Que lo decía en plan coña. Mira, que se mate quien quiera mientras no seamos nosotros ni nuestros padres.
—Ni mi hermana.
—Hostia, ni tu hermana, claro.
—Ni tu hermano.
—Ni mi hermano.
—Que es a quien vi en la zona gay. Era uno de los tres enganchados con alevosía y fervor —dramatizó.
—Joder —dijo el otro sin poder evitar sonreír—. Anda, trae otro bote.
—Marchando —dijo el uno y se levantó hacia la nevera, llegando en un soplo—. El segundo era yo, y el tercero ni puta idea, pero tenía buena pieza. Íbamos alternando los vagones, por si te interesa saberlo.
—Que no ha tenido gracia en ningún momento.
—Si me rio es porque lo respeto. En serio —dijo y abrió la nevera. Rebuscó y sacó dos botes de cerveza—. Merecemos algo más fuerte para brindar que, en estos momentos, hay personas haciéndose felices las unas a las otras gracias al sexo. Eso sí que es real y mágico.
—¿Te vas a callar y acercar de una vez los botes?
—Eh, que es uno para cada uno, avaricioso —Entonces se acercó, sentándose al tiempo que ofrecía el bote.
Emitieron sendos ruidos de abrir la lata. Brindaron y dieron un trago, uno más corto que el otro. Se centraron en mirarse, los móviles a un lado. Quedaron mesmerizados en puntos lejanos, atravesando lo corpóreo, ausentes gracias al poder de la música.
—¿Y este tema de quién es? —preguntó el uno.
—Radiohead. Es de mis favoritos.
—Esa banda sí que está sobrevalorada.

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