viernes, 8 de mayo de 2015

Última Parte: Dios contra La Creación (o cómo la Vida no puede ser derrotada)



Siempre le resultó irónico que los científicos fuesen más cercanos a Dios que los propios hombres de fe. ¿Acaso no eran ellos los de la práctica? Lejos de teorías y oraciones, fascinados por igual por las hojas en el viento bajo la luz del sol, con el aliciente de querer alcanzarlo con inventos e ideas.
El científico se limpió el sudor de la frente con la manga de la bata. Tragó saliva como gesto contra su hallazgo.
No significaba que el mundo fuese complejo. Era ver una calle –un paseo con árboles– y su fascinación se desataba. Cuan complicado elaborar a la madera para que obedezca a la luz. La mente humana lo ve enredado, pero no tiene miedo a comprender hasta sangrar el cerebro y la voluntad con tal de comprender. No, la verdad no era que fuera complejo, porque el mundo es lo que es. Existe antes que las personas, descubriendo que son ellas las simples.
La vida es relativa. Bien lo comprendía ahora que veía el resultado de su experimento tras los ojos empapados de sudor: había descubierto que él, el científico, no era real.



Observaban unos restos polimórficos, si acaso entendían del todo la palabra. A primera vista, cuando lo vieron a los lejos pasando con la camioneta, debió de haber nacido la impresión de que fuera un ente tentacular. Pero allí no había molusco que valiera:

–Creo que es algo metafísico.

Su compañero dudó de preguntar. La palabra sonaba tan chunga como esa misma forma torcida; tergiversado el verbo hecho carne.

–Explícate –se animó.

–Es... –intentó disimular–. Pues eso. Dentro de lo físico.

–Suena pervertido.

–No. Es aplicado a lo... –se entrecortó–. Como capas. “A la filosófica”. ¿Entiendes?

El silencio tampoco lo comprendió.

–Macho, que todo hay que explicártelo...

–No me jodas, míster metafísico. Suena nuclear.

–Pues no, besugo. Es más teórico, de palabras. Ésta cosa del suelo es una representación de nuestra imaginación pasada de tono...

–Tú serás quien piensas de ese modo, tío.

–Digo en general –aclaró y carraspeó. Pareció más centrado y animado–. Es una especie de castigo dócil de Dios por pensar en lo que no debemos.

–¿Te estás escuchando? ¿Castigo dócil?

–Yo me entiendo. Digo que los pensamientos y la imaginación también pueden tomar forma física. Real. De carne y hueso.

–Sí, sí.

–Y esto es lo que pasa –dijo y señaló a la deformidad personificada de dos metros. Se intuían las dos piernas y por lo menos tres brazos. Su boca torcida parecía natural, rellenada de colmillos que en vida debieron de causar estragos también en lo mental. Su piel era entre amarillenta y blanca, llena de arrugas sólidas que bien servirían de protección.

–Lo cargamos a la camioneta y lo llevamos a la granja.

–En las películas nunca da buen resultado hacer eso.

–¿Me vas a venir ahora con que te crees las pel...? –se cortó cuando su compañero señaló con obviedad y ambas manos al cadáver de la criatura–. Vale, vale. Larguémonos por si acaso y le comentamos a los del pueblo. Que se adelanten los bomberos.

Subieron al vehículo. Por suerte el motor arrancó a la primera. Durante el camino charlaron un poco más:

–Es lo que pasa cuando piensas demasiado en cosas metachungas...

–Metafísicas.

–Joder, que lo sé. Decía que se acumulan hasta que ya no hay hueco. Quiero decir que, aquí no lo veremos porque Dios debe de tenernos mucho aprecio, pero por otros planetas y estrellas debe de estar eso más lleno de mierda imaginada... –alargó–. Menuda la que se estará liando.

Callaron un minuto que no se pudo medir.

–Oye, ¿estás pensando lo mismo?

–Sí. Pero tengo miedo.

–Lo diré yo. ¿Por qué de repente sabemos todo esto?



A través de la ventana podía ver el espectáculo de la fuente. Eran una docena de chorros de agua a presión. Llegaban a un metro de altura, entrecruzados con otra docena de chorros inclinados como en una reverencia. El agua reflejaba, y podía imaginar el sonido. Se preguntó cuánta gente pasaría por allí al cabo de un día sin prestar atención al agua danzante. Cientos de personas y ninguna afectada, salvo por pocos como él, que se dejaban atrapar sin motivo por esa red transparente que aceleraba a su imaginación, tan abundante pero escasa en el mundo... hasta ahora.

Apartó la vista de la ventana y miró a su compañera de trabajo, Eva. Seguía absorta, ida como si hubiese recibido un golpe. Apenas había probado del vaso de plástico con café. No era para menos, pues él acababa de descubrir un secreto que cambiaría la mente de la humanidad. Sucedió tras un lapsus mientras conducía dirección al trabajo, despertado cuando los claxon de los coches de detrás formaron una marea de sonidos. No dejó de darle vueltas a ese pensamiento, y hasta que no lo comentó con su compañera no terminó de convencerse que de verdad era... ¿impresionante? ¿Vital? Debía de compartirlo con todos, y no le parecía casualidad que su trabajo fuera idóneo.
Sus jefes esperaban que subiera una nueva noticia en la web del periódico. Era una exclusiva que sólo ellos tenían, ahora empequeñecida comparada con el secreto que se infiltró en su mente. No creyó que les fuera a importar que cambiara la noticia. Sólo le quedaba pulsar el Enter. La información se había escrito rápido porque no era mucho. Resultaba abrumadora tanta sencillez.
Eso le llevó a pensar si acaso los primeros secretos de la existencia seguían iguales a día de hoy, o si acaso se habían tergiversado de boca en boca y de escrito a escrito. Tales verdades mancilladas por culpa de la imaginación y el error... se dijo que podría no ser así, que cuando una verdad es genuina se mantiene pura, impregnada con exactitud en la mente de quien la descubre, contada al detalle debido a la maravilla de su lógica. Sí que era posible que algunas hubiesen sido olvidadas, necesitadas de volver a ser “recordadas” gracias a la imaginación cuando viste su traje bajo la forma de la creatividad.
La verdad es real si es posible ser creída”.
Miró a la pantalla y suspiró. Su compañera, que la percibió por el rabillo del ojo, se animó a beber del café frío.

–Al... –le llamó.

Pulsó el Enter.

El universo se destruyó.




Notó el picor en el caparazón. Despertó y por manía intentó rascarse con una de sus pinzas. Recordó que no llegaba. Ya dio igual.
El Creador se desplazó con sus patas lo suficiente para despejarse. Se esperezó y brilló; bostezó y resplandeció. Alargó uno de sus ojos hacia el lomo. Afirmó con calma que el Universo se había destruido. Tendría que probar otro sistema con el nuevo.
Sus pinzas chocaron entre sí para producir un ritmo. Ondas fueron tomando forma, completadas por el tatareo del Creador. En esa ocasión añadiría a la fórmula un poco de sus escamas. Alargó hacia atrás una de las pinzas y se rascó. El resto fue acercar, soplar y crear.
El remolino primigenio se calmaría más tarde que temprano, mostrando la nueva forma del Universo. Todo vueltas, girar y girar. La inercia que llamarían gravedad sería de lo poco tan cierto y eficaz como él... se dejó llevar por el borrón giratorio; tormenta de su propio ser.
Pensó en cómo solucionar lo de sus hijos. La última vez había engendrado a un igual que se encargara de crear y guiar vida, pero se le había rebelado por orgullo de creerse más capaz, por lo que a su vez sus hijos se le rebelaron de igual forma. A los diminutos no les faltaba razón. ¿Cómo podía un ser perfecto crear algo imperfecto? Se dijeron en secreto que era un falso Dios y que el verdadero debía ser otro. Pronto lo ignoraron hasta el punto de dejarlo de ver y recordar y evolucionaron con conclusiones propias que nunca llevarían a nada. Tras incontables veces –literalmente, porque así podía concebirlo– no habían acertado todavía. En el fondo le divertía, puesto que una vez lo lograran sólo sería el primer punto de un eterno... así es la vida, disconforme aunque le regales el infinito.
Se desprendió del trozo nuevo de su caparazón regenerado y creó a un nuevo yo. Le dejó obrar sin mostrar su existencia, por ver qué sucedía esta vez mientras durmiera. En verdad no había despertado, sólo se adaptaba para que le entendiese quien le escribía; quien le leyera.




Sherlock Holmes salió temprano de casa tras dormir tres horas. Se sentía fresco y con energía porque así se convencía. Iba a visitar a Lestrade para ver si en esa nueva semana le había picado pronto la mosca... recordó y olisqueó alrededor, dando una vuelta sobre sí. Miró debajo del vehículo. Nada. Subió y condujo hacia comisaría. De camino se percató que por esa calle cargaban un piano con una cuerda hacia un piso alto. Frenó sin necesidad y esperó. El piano no cayó. Siguió adelante. Pasó por el mercado, atento a cada persona de negro con la cara tapada... no había ninguna. No parecía haber nadie sospechoso. Nadie con cara de peligroso. Se sintió un poco... ¿decepcionado? Meterse un poco con Lestrade le animaría.

–Watson, Moriarty Jr. no ha actuado aún. ¿Qué crees que tramará?

Su gran y paciente amigo bajó el periódico. Lo miró alzando una ceja.

–¿Moriarty... junior? Esa sí es buena –regresó la vista al papel, pero enseguida volvió a Holmes–. Lo cual es raro porque no tienes sentido del humor. ¿Qué sucede, Holmes?

–¿Que no tengo humor? Por favor, que soy inglés.

–A veces lo dudo. A no ser que el planeta Venus entrelazara su linaje real con el nuestro...

–Céntrese, Watson. Me preocupa que el hijo de Moriarty esté ahora mismo por aquí.

–¿El hijo de...? Que nosotros sepamos, mi querido Holmes, James Moriarty nunca tuvo hijos.

–¿Y me dices a mí que no tengo sentido del humor? –insinuó descarado Holmes.

Eso alteró a Watson, que bien reconoció que su amigo no mentía. Esa reacción a su vez impresionó a Sherlock, reconociendo que ninguno de los dos iba en broma.

–¿Me estás diciendo que no ha habido un hijo de Moriarty que nos lo ha puesto difícil...?

–Que te lo ha puesto difícil. Pues no.

–No.

–Que no.

–Ya veo. Espero que pronto ilegalicen el opio.

–¿No lo hicieron ya? –dijo Watson y le invitó a ser ignorado cuando alzó el periódico. Había vuelto a perder en las apuestas de caballos, así lo apreció Holmes por cómo apenas arrugó la página.


Sherlock Holmes subió a una azotea tras decidir dar una vuelta para despejarse. Ni ruedas pinchadas o suelos resbaladizos. Ese nuevo villano había sido como un sueño. Meditó sobre ello y comprendió que, aun irreal, bien había aprendido de ello. Comenzó a preparar una pipa, tosiendo un poco ansioso por imaginar las caladas.
Fumó soltando poco humo. Miró hacia el cielo, pensativo por algo que se le escapaba. De todos los misterios a los que se había enfrentado, esa duda constante se le resistiría. Él también sabía fallar, pero imaginó que, si no lo resolvía, tampoco sería tan importante. Formó en el aire un anillo de humo que se desintegró de manera formidable.

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