Moriarty
alzó el rostro como desaprobación. Su hijo volvía a huir.
–Jamás
lo va a lograr.
No
es que no tuviera fe por él, era su opinión al nivel de lógica más exacto.
–No
seas duro –dijo otra voz–. Su actitud es, cuanto menos, admirable.
–¿Perder
sin parar ni posibilidad es admirable?
Moriarty
giró hacia su acompañante, el equivalente a Víctor Frankenstein. No era el
mismo, puesto que jamás había existido, sino una mezcla del creado con el real
que inspiró a la escritora. Pestañeó. ¿Por qué al pensarlo intuyó una rareza en
el entorno?
–Disculpa
mi impertinencia –el villano se centró y enseguida añadió–: ni muerto se cura
el sarcasmo.
Y
así estaban, sendas almas observando sin expresión el aburrimiento de los
vivos. La muerte, mas que respuestas, brindaba preguntas.
Decidieron
marchar. El plan de esa semana había acabado pronto. Esperaron que eso le diera
tiempo al hijo de Moriarty a preparar algo más, cuanto menos, entretenido.
Moriarty padre recordó y volvió a intentar odiar que el mal no tuviera apenas
cabida en la muerte:
–Siquiera
Dios la tiene.
No
supo si lo dijo en voz alta o su compañero le había adivinado los pensamientos.
–¿Para
qué queremos a Dios? –dijo Víctor–. Somos nuestros propios dioses.
El
viejo científico extendió la mano e hizo brotar un pequeño tallo de la palma.
Quedaron como hipnotizados por lo que iba surgiendo y transformándose.
Frankenstein prosiguió:
–Los
hombres nacemos para igualar al Creador...
Lo
verde entre piel se hizo flor.
–...y
superarlo.
La
flor se hinchó y creció emitiendo luz. Desapareció de la palma y se formó de
aire para ser una gran imagen o concepto. Moriarty ya lo había visto antes.
Aquel hombre había sido capaz de crear vida, y cuando tenía la ocasión mostraba
esa flor que emitía su propia luz para sobrevivir.
–Esa
es nuestra máxima –concluyó.
–Pero
ni muertos sabemos si hay un Creador –acusó Moriarty–. Es la ironía definitiva.
–Oh,
vamos, James –Víctor se relajó y la luz desapareció–. Algo debe de haber.
–¿Por
qué?
–Porque
si no, no existiría la existencia.
–La
existencia está sobrevalorada.
Moriarty
se esforzó por sentir ganas de fumar, por emular a su viejo amigo de riñas
mortales. Resultaba curioso que en la otra vida se fuera uno con ropa y no con
pipa.
–Dime
–inició el villano–, ¿crees que hubo un Creador que hizo al Universo como si de
una escultura se tratase?
–¿Por
qué no? –asumió el doctor–. A estas alturas me lo creo todo.
–Y
al igual que creó, podrá destruir.
–¿Tú
destruirías tu obra maestra?
–¿Quién
dice que la existencia es la obra maestra de Dios?
–De
todos modos, no creo que sea tan sencillo.
–¿Por
qué no? A un escultor frustrado sólo le hace falta un martillo o un buen
empujón.
–¿Por
qué asumimos que es como una escultura? –el tono de Víctor se enalteció un
poco–. Podría ser como una melodía –dijo y miró a su amigo–. ¿Tú podrías
destruir una canción, James?
–Una
vez lanzada al aire y a las mentes, ya es imposible por mucho arrepentimiento
que haya. Que se lo digan a cada verano –miró a la nada y guiñó un ojo.
–El
Universo puede ser eso mismo, una "Uni-canción" –calló un momento–.
Disculpa el intento de juego de palabras. El arte nunca fue lo mío.
–Crear
vida es arte, amigo, por eso estamos asumiendo que Dios es artista.
–Y
de los buenos.
–Y
de los recelosos. Bien se guarda los secretos para él solito.
–Lo
estás limitando a como funciona una persona.
–¿No
somos su imagen y semejanza?
–Según
qué cultura...
–Basta.
Moriarty
se frotó las sienes por costumbre. Enseguida regresó a su compañero:
–Si
el todo es música, ¿cómo podemos igualarla o superarla? Se puede versionar una
canción, pero la esencia original es inimitable. Víctor, con tu poder puedes
superarte hasta crear un Universo. Con perfección, podrás igualar a este, pero
sólo será una imitación del original. Un espejo es una copia, pero en esencia
no se parece en nada a lo que refleja. Es una mentira.
–Con
lo que comprobamos que hasta el Universo es subjetivo.
–¿Cómo
se podría superar eso? Tu teoría de que los hombres existimos para superar al
Creador se hunde en el mar negro como abismo que nos rodea entre cada estrella.
–¿Ves?
Tú siempre fuiste más artista.
–Y
nunca fue por Sherlock, que quede claro.
Ambos,
con apariencia de desanimados, decidieron entonces vagar sin contar al tiempo,
otro concepto de tantos que, como ellos, los rodeaban. Durante esos siglos
impensables, Víctor decidió crear su propio Universo. Si no probaba a llegar al
punto límite, nunca sabría si se podía superar a Dios. Moriarty ya imaginaba
las respuestas, pero lo animó y ayudó.
Entre
ambos aprendieron a domar la vida, a comprender su esencia y a que las flores
crecieran hasta ser una nueva clase de árbol. En su Universo no harían falta
estrellas para que los planetas cobijasen vida. Sin embargo, eso no lo hacía
mejor que el Universo original. Decidieron poner estrellas.
Pasaron
los eones como nuestros segundos para los dos fantasmas-conceptos, inmóviles
por su creación que perdió la maravilla cuando fue comparada. Era tan radiante
y de tantos colores... ¿por qué no igualaba a la del supuesto Dios?
–Somos
meros hijos. ¿Cómo pretender ser padres?
Pero
Moriarty desde hacía milenos parecía pensativo en otros asuntos. Víctor se
percató, pero su obsesión por mejorarse le había apartado de indagar hasta ese
momento.
–James,
¿en qué piensas?
–Dime,
Víctor, ¿cómo puedes destruir una canción?
–Intentando
imitarla –sonrió con falsa ironía–. Lo hemos comprobado...
–No.
Un
eco retumbó en el cosmos.
–¿Qué
pasa? –lo que fuese cirujano mostró una emoción. Se sintió extraño y eso lo
alarmó. Una emoción llevo a la otra hasta formarse el primer sentimiento
posible: el miedo.
–Gracias
a que me dijiste que la existencia es una melodía pude entenderlo. Eres un
genio, Víctor.
Un
paralelismo explotó en lo invisible como una supernova.
–El
todo se compone de notas –prosiguió Moriarty. Su aire de misterio brilló sin
luz–. Cada elemento es una nota musical que compone una sinfonía existencial.
¿Cómo arruinar de un plumazo hasta la mejor obra de Mozart...? Si lo piensas,
hasta un niño es capaz de hacerlo.
–¿Qué
te pasa? No sé a qué juegas –pero de nada serviría. Víctor había olvidado hace
mucho cómo amenazar o exigir.
–¿Qué
es lo que despierta al artista de su sueño? –sin embargo en Moriarty parecían
seguir vivas las emociones–. ¿Qué es lo que crea pesadillas en el oyente?
El
científico hecho dios pareció entender.
–Disonancia.
–Notas
disonantes. Una nota desubicada; una nota enemiga en la obra de Dios. Esa es la
forma para que yo gane de una vez.
–¡Detente!
Fue
demasiado tarde.
Moriarty
había aprendido lo suficiente del don de Víctor. Por eso buscó su amistad poco
días después de su muerte como legendario villano. Por eso de su insistencia
por aprender de cada molécula que al fantasma de Frankenstein tanto le costó
entender. Por eso... ya no importaba. Quedaba ver cómo ganaba al fin el malvado
genio.
Un
átomo fue mal colocado y eso causó una reacción en cadena que produjo una nada
oscura que devoró incluso el negro del espacio. Apenas una décima; un Big-Bang
inverso. Lo último fue un intento de impresión en ambos.
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