http://www.youtube.com/watch?v=CUTcOatPu-0
Se recuerda
un lugar que no existió, pero que sin embargo estuvo ahí... allí.
Las flores eran de infinitos colores y de olores que llegaban hasta
el centro de la cabeza, conectando donde justo se ubica nuestro
mundo. Sus verdes prados eran armonía y delicia y hacían pensar a
uno en mantequilla untada y en vasos de leche fresca. No se iba mal
encaminado, sobretodo al asomar al otro lado y vislumbrar con
repentina codicia un pequeño pueblo que complementaba el paisaje que
nuestra mente ya bien imaginaba.
Allí sonaba
constantemente el agua correr, aunque no se viera ninguna corriente
cercana a primera vista. Todos los bancos de su calle principal
estaban ocupados por bellas personas que no conocían qué era estar
triste, y si lo estaban era con una mueca graciosa de la que parecían
reírse de sí mismos. Algún perro acompañaba unos cuantos pasos al
viajero repentino, como embajador infalible que no parece actuar al
ser sincero sobre lo mucho que está orgulloso de su población. Al
fondo molinos no tienen prisa por terminar, y algunas nubes se mueven
rápidas al compás como si realmente fuesen también habitantes del
lugar.
Su
estructura era perfecta, y por ello era imposible no ser una especie
de intruso benigno por muy acorde que se fuera. Ser de otro lugar,
“de lo lejano”, hacía preguntarse muchas cosas, cuando realmente
no había nada fuera de lugar, sólo quizás la composición tan bien
encajada, de casas de madera y tejados de tonos claros, con una
fuente en medio como una de esas que sólo se ven en películas, de
las que de verdad no da miedo beber y de la cual hasta seguramente se
cumplía algún deseo al dejar caer alguna buena propina en sus
aguas.
El interior
de la posada era también idílico, tejido con material soñado
previamente extraído con precisión. La combinación de colores
suaves así lo aseguraba, acorde al tono de los labios de la
anfitriona que quedaba acompañada de un anciano desdentado y
simpático. Un poco de historia de aquel lugar cualquiera fue
suficiente para uno, que como viajero, se convencía con poco
mientras su estancia fuese en algún sitio que le brindase novedad
por muy pequeña que fuese.
Asomar por
la ventana de la habitación era como el abrir de telón a una obra
que no conocemos, pero que desde su inicio sabemos que va a ser buena
o, al menos, inolvidable por alguna de sus remarcadas
características. Aquella vista brindaba otra perspectiva a pesar de
elementos en común, como si aquel pueblo cambiara según como se
mirase o por donde se entrase, incluso por la forma de asomarse,
manteniendo siempre su intensa esencia de no existir el tiempo,
provocando con ello que la vida se supiera eterna; o que al menos lo
intentara sentir con gran felicidad y concordancia. Y es que hasta
las nubes parecían diferentes sin dejar de ser muy afines al lugar,
tan ajenas e hijas de otra clase de dueño alejado del concepto del
hombre. No se debía pensar más, y por lo tanto esterar, lo que
entrar por otro lado era necesario, con tal de descubrir todo lo que
pudiera ofrecer el lugar en el menor tiempo posible.
Los días
pasaron y la maravilla no disminuyó, pero si lo hicieron la cólera
o el siempre impertinente pasado, las preocupaciones del que vendrá
o dirán que una vez estuvieron dentro del viajero que suponemos ser.
Los paseos ahora son costumbres y uno se ha mezclado con el entorno
cual experto animal cazador, pero que en realidad se muestra como el
siempre inofensivo camaleón, que mira con la misma curiosidad de
ojos el alrededor de maravilla ubicado entre valles y alegrías.
Las
amistades y un temprano amor son inevitables que surjan, y uno se
pregunta como es que éste lugar no está ubicado en ningún mapa,
por qué está tan protegido por el mejor cielo y el rumor de un
viento jamás escuchado antes, que de tan perfecto no se ve afectado
por ninguna clase de pregunta, lo que agota la inútil paciencia al
percibir que todo es un regalo por saber buscar y no tener miedo a lo
que esconde el fondo de una lejanía. El viajante poco a poco deja de
serlo y se va convirtiendo en tonos de oro y plata, en sonrisas
porque sí que nunca están de más y en en el propio concepto de
paz, del que jamás había imaginado que tuviera esa forma... aquella
forma.
Aunque no lo
pareciera en ningún momento, realmente en el lugar sí que pasaba el
tiempo, y así lo demostró al aparecer repentino un conocido,
viajero desde aquel otro lugar que ya se había convertido en sueño,
despertándonos de golpe casi como en una pesadilla al recordar quién
es uno y nadie más. El conocido anuncia terribles actos que se
sabían inevitables allá en sus lejanas tierras que una vez llamó
hogar. El conocido espera que vuelva para ayudar, para que intente
devolver la paz en ese lugar que pisó con tanto orgullo y que ahora
no parece ni añorar. El conocido no miente, pero sí choca su verdad
con lo que comprende ahora lo convertido que somos, que de tan feliz
no se veía posible cambio alguno, maldiciendo a ese gran amigo que
quebró la estabilidad que, de tan perfecta, se hizo primero sueño y
luego realidad. Sin más demora, conceptos o posibles, hay que
marchar con gran pena, prometiendo volver para seguir amando cada
brizna en el viento, el único culpable del eterno girar de los
molinos que tanto se iban a idealizar en ese otro lugar que realmente
era el hogar...
El tiempo
pasó, pero no se supo cuánto, todo debido al descanso que siempre
tomaba aquel lugar cualquiera. Sólo se sabe que debió de pasar, por
cómo volvió el viajante que somos, con otra cara que lucir y una
mirada profunda. Los amigos de sonrisa eterna notaron ese abismo por
cómo se les devolvió la mirada, por cómo por vez primera la
sonrisa se desdibujó imposible. Algo había cambiado, y se
demostraba por lo que habíamos traído del otro lugar donde nacimos,
tan diferente y destrozado en comparación a aquel lugar de armonía
que tanto se deseaba volver. Pero al entrar, no se comprendía, no se
terminaba de entender que había habido allí que lo hacía tan
merecedor del recuerdo y el corazón, pues un olor constante
terminaba cansando, por no hablar de la neblina que impregnaba el
valle humedeciendo y enfriando los pies; por no hablar del chirriar
insistente de los molinos construidos y ubicados al azar, como si de
verdad tuvieran un cometido además de adornar o tapar lo que hubiera
al fondo en las montañas.
Una cena por
la noche terminó de arruinarlo todo, pues todos cantaban como
idiotas y celebraban sin motivo alguno el mero hecho de existir. ¿Qué
sabrían ellos de existir? Tendrían que haber estado en la guerra
como acaba uno de volver, deberían salir más allá de sus cuatro
paredes invisibles, de su cercado construido por ellos mismos sin
sentido alguno. Entonces dejarían de reír, y comenzarían a tomarse
las cosas más en serio, a desear y dar forma a la muerte: la única
brindadora de la verdadera paz. Mientras llegara, uno tenía que
disfrutar, y estaba claro que haciendo el idiota entre bailes
escandalosos y música repetitiva no iba a ser posible ¿Qué sabrían
ellos? Ni sabrán, ni querrán saber...
Como se
anunciaba, algo hubo que se arruinó, y fuertes golpes en la
intimidad de un cuarto con aquel amor de pueblo soñado hacían
pensar en algo que chocaba contra el suelo, como si fuesen cristales
de un material tan frágil como los cortos e invisibles sueños que
no pueden ser recordados. Pero alguien en otro cuarto cercano sí lo
pudo escuchar, y no terminar de entender aquello, el nuevo concepto o
visión que daba hasta nauseas, que hacía no dormir y moverse de
aquí y allá de la casa como un sonámbulo consciente. La mirada
fija en la luz de llama de la vela lograba detonar en aquel testigo
de lo terrible una especie de viento invisible por el lugar, una
brisa familiar pero más oscura o agresiva dentro de su suavidad, que
ponía la piel de gallina en lugar de acariciar. La ventana no estaba
abierta, y sin embargo la vela insistía en ondular, una y otra vez,
una y otra vez... como aquellos golpes que no se querían
identificar, como aquel gemido imposible con el lugar, que hacía
pensar y casi asumir una nueva realidad que simplemente existía sin
que tuviera que ser imaginada previamente... gotas de cera cayeron al
son de otro líquido, una y otra vez, una y otra vez...
Se recuerda
un lugar que no existió, pero que sin embargo estuvo ahí... allí.
Las flores eran de infinitos colores oscuros, haciendo a uno pensar
si realmente había tanta gama y variedad en los tonos más apagados
y tristes. Sus olores llegaban hasta el centro de la cabeza hasta
apretar y dejar un leve migraña aunque no se tuviese alergia; por no
hablar de sus insectos de dieta variada donde uno estaba incluido
aunque no quedara listado o previamente conocido. Sus rojizos y
amarronados prados eran armonía a su pesar, combinados con el cielo
que parecía querer atardecer por siempre. No se podía evitar pensar
en montes de tragedia y en lugareños que se protegían de la
anomalía con mascaras de gas, que ofrecían mantequilla untada y
vasos de leche tibia, que de extraña no parecería raro que las
propias vacas llevaran a juego con sus amos aquellas máscaras de gas
y sugestión. No se iba mal encaminado, sobretodo al asomar al otro
lado y vislumbrar con repentina codicia un pequeño pueblo que
complementaba el paisaje que nuestra mente ya bien imaginaba.
Allí sonaba
constantemente el agua correr, muy lentamente con pesadez y aunque no
se viera ninguna corriente cercana a primera vista, produciendo un
alivio incomprensible. Algunos bancos de su calle principal estaban
ocupados por personas que no conocían otra cosa que no fuera estar
preocupados, y por lo tanto la tristeza. Algún perro acompañaba
arrastras y cabizbajo al viajero repentino, con egoísmo de ver si
ese otro maldito humano le tiraba aunque fuera un chusco de pan duro
como el infierno, marchando enseguida y desanimado como si ya fuera
automático. Al fondo molinos no tienen prisa por comenzar, y algunas
nubes se mueven lentas al compás como si realmente fuesen también
habitantes del lugar.
Su
estructura era... perfecta, dentro de su propia filosofía, y por
ello era imposible no ser una especie de intruso o incluso parásito.
Ser de fuera hacía preguntarse muchas cosas, asunto que se debía
solucionar y que no se demoró al sentarse en uno de los muchos
bancos desocupados, esperando que alguien reconociera que no se era
acorde al lugar para así parar a preguntar, motivo suficiente para
comenzar a hablar y por lo tanto a animar; un punto de inicio que
podría con todo. Así se contagió la esperanza que se llevaba,
familiar en el pueblo a pesar de ser algo nuevo, acorde con la
verdadera naturaleza de las cosas. El viajero que suponemos, muestra
una enorme sonrisa que comienza a despertar algo olvidado, y feliz,
en todos los habitantes de aquel lugar que podría ser cualquiera...
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