Y no es para
menos. Internet es la prueba, un lugar que no para de crecer sin
final donde un límite se hace inviable (aunque todo es posible). El
principal problema es que todos sus interlocutores hablan a la vez,
con el caos de letras que suponga eso. Aun rompiendo la barrera del
idioma, seguimos sin entendernos, todos somos locos que hablan sin
cesar a su manera. Exigimos, queremos compartir nuestra opinión,
pero sobretodo, queremos que nos escuchen. Pero una cosa es oír y
otra escuchar, cosa que por muy pocas barreras no se puede evitar.
Son aspectos que nacen de uno, del verdadero interior.
El juego es
más emocionante si se complica, pero a veces se hace
inconscientemente. En esta torre se juega con “verdades”, y como
tal, no pueden ser mentira. Pero, claro, hay verdades que se
contradicen, por lo que deducimos que la verdad es relativa... ¿pero
la verdad no es verdad y nada más que la verdad? Entonces se
producen los choques, los golpes del juego que a veces van más allá
ya sea por despiste o por maldad. Estas dos acciones sí son reales,
una inconsciente y la otra consciente, en un juego de verdaderas
acciones que no se pueden ocultar.
Como la
verdad es relativa, significa que no es pura, que es un tanto
artificial; y la mentira es artificial. Entonces podemos llegar al
punto de que son “medio verdades”, que es lo mismo que “medio
mentiras”. El problema de jugar con mentiras es que pueden engañar
a todos, sobretodo a uno mismo. Con tal de no asimilar la mentira de
la vida (la única real) se adapta nuestra máscara de la verdad a
una forma con la que pueda defenderse. Pero no existe la protección
absoluta, y siempre, siempre, acabará rompiéndose... en esos leves
instantes, uno queda ciego por la luz de la realidad, aprendiendo
algo hasta ese momento desconocido que nos enseñará a mejorar...
sobretodo a la hora de crear una nueva máscara, surgida de la nada
en un tiempo que de tan breve no puede dar tiempo a visualizar más
la luz que todo lo rodea.
Este juego
es demasiado viejo, tanto como lo pudo ser la propia Torre de Babel,
y ya no se es posible salir de el bajo ningún concepto. No queda
otra que participar a la fuerza e intentar ser el mejor, el que más
convenza con elocuencia aunque en el interior no haya nada. Cada
locutor tiene un interior, y como esté hecha su máscara de verdad y
mentira se podrá saber de qué se ha alimentado hasta llenarse. Se
es lo que se come, y en la era de la información al alcance de
cualquier mano es posible devorar datos basura e inservibles con
demasiada facilidad, consiguiendo una metamorfosis muy lenta pero
efectiva, hasta convertirse en algo distinto sin apenas percatarse.
En la vida todo es lento, demasiado, y por ello nuestra percepción
no está preparada, tan adaptada a la supervivencia de movimientos
rápidos y seres en las sombras, sin seguir sabiendo como mirar para
dentro y encontrar al verdadero depredador que acecha constantemente.
Al final lo
que se ha logrado es juntar a mil chicharras distintas dentro de una
misma caja de zapatos. Más allá del sonido emitido, la proeza es
meter todo eso ahí; pero más proeza es comprobar como sigue
creciendo el número de cantarinas dentro de la caja... sin parar y
sin aparente final.
En
definitiva, es imposible entendernos con tanta verdad fabricada
aunque sea sin malicia, y aun conscientes de la mentira, esta se
convierte en verdad si se es contada las suficientes veces. Aunque en
la torre el idioma ya sea universal, nos seguimos topando con
múltiples idiomas bajo una misma forma, con distintos pensamientos
bajo la misma bandera, con opiniones cada vez aderezadas de distintas
maneras; y eso sólo puede significar confusión y desorden, solo que
esta vez se comprenden las palabras expresadas... pero nada más.
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