Uno de los
consejos más comunes que se le da a un artista es que palpe, huela,
lama, observe hasta sangrar; en definitiva, que sienta, que viva
antes de ponerse a crear. He ahí que comienzo a darle vueltas (una
vez más) y deduzco: ¿es aplicable a los artistas de hoy en día?
Me explico.
En nuestro
presente estamos rodeados de facilidades y maestros al alcance de la
mano como antes no se podía soñar; imposible tener queja de este
punto. El problema surge que a la hora de imaginar ya no se haga de
la misma forma tan realista de antaño. Mi suposición deriva en
saber cómo es y ha sido el proceso de “corrupción” de la
imaginación a partir de las modas globales de nuestros medios
actuales.
En la época
sin televisores, móviles o Internet se imaginaba de una forma más
“clara” o limpia. Si a uno le contaban el cuento de Caperucita
Roja, no estaba contaminado por el imaginario popular que podamos
tener cada uno bajo la influencia de las modas, pensamientos y
adaptaciones actuales. Antes no se tenían aparatos que desprendían
energías y sensaciones artificiales, por lo que –me apuesto un
dedo– eran capaces de imaginar con facilidad y más perfección el
bosque donde se adentraba la niña, con detalles automáticos como la
humedad que reinaba alrededor junto a esos tonos oscuros que
precedieron a la bombilla.
Una buena
forma de entenderlo es cuando vemos la película antes que leer el
libro. Si nos animamos a leer la obra original, es inevitable
tropezarse con la imagen que la película nos dio, rompiendo el deseo
del autor y/o la percepción original –sobretodo en estética–
que se pretendía. Incluso los habituales cambios de trama y detalles
podrían chocarnos más en la obra original que en la adaptación.
Es una
maravilla la libre interpretación de cada uno, y al quedar la
imaginación prefijada se pierde gran parte de la personalidad que
podemos darle a una creación ajena. Es como condicionarse por una
opinión o actitud ajena hasta el punto de tomarla al pie de la letra
sin tener en cuenta nuestra forma de ser. Deducimos que, no pudiendo
aplicar de otro modo la idea real que podría tener para nuestra
mente la obra en cuestión, no obtenemos la esencia original de las
cosas.
Me llevo a
pensar/temer por la creciente dificultad que será lograr que una
obra evoque una experiencia o emoción cercana a lo real. Lo que para
otros era “más fácil” en su momento, a nosotros nos resultará
casi imposible. Es difícil querer escribir una historia seria si
imaginamos a los personajes como en un manga, o pretender dibujar
realismo si sólo conocemos la caricatura. No critico a estos
estilos, ni mucho menos, sólo destaco su enorme influencia en la
nueva generación de artistas. Se nota más en los medios que
necesitan de lo mental más que del ojo, donde lograr una imagen viva
de la situación y momento de la historia resultará poco convincente
si se tiene un mínimo de conocimiento y de percepción real sobre el
mundo.
Encima la
saturación de datos por doquier no ayuda; mucho menos a terminar de
definirnos como artistas. A ésto me refiero por la nueva oleada de
creaciones como novelas, cómics y series donde se nota la clara
influencia japonesa (entre otras) por exagerar detalles y matices. Lo
medieval se convierte en armaduras imposibles y poderes
sobrenaturales más que en lo histórico, como si el ejemplo de Juego
de Tronos no lograra de terminar de influir en la manera de hacer una
buena historia muy real a pesar de los toques de fantasía que para
nada entorpecen, si no que complementan hasta el punto de creerlos.
En el momento que un personaje lance rayos por la boca se notará la
diferencia de la que hablo.
Os puedo
asegurar que alguien que se ha criado con muchos dibujos animados le
será difícil imaginar de otra forma. ¿Qué sucede entonces si se
pone a escribir una novela, por ejemplo, policíaca? Las crueldades
de un asesino, lo inquietante de un callejón apartado en mala zona o
lo impactante de una escena del crimen se ven reducidas debido a que
dicho autor ha visto mermado su realismo por lo artificial que lo ha
alimentado. A Crepúsculo me remito para comprender cómo se puede
corromper un género.
Me remito de
nuevo a la diferencia que se observa en los artistas vivos de
generaciones más alejadas. Su mente es más realista a la hora de
crear, no permiten que los pies se eleven demasiado alto con tal de
lograr la credulidad por la que tanto se busca en la ficción. Para
ellos el cuento de la Caperucita está hecho de otra forma,
incorruptible por memes (idioma universal actual que nunca viene a
cuento), perversiones Hentai o incluso sentidos filosóficos como los
que presumió Matrix en su momento. Siento las comparaciones, pero es
para poder dejar más claro qué es lo que pretendo expresar y
discutir.
Como
ejemplo, imaginad la historia del Hombre Invisible de Wells donde, en
lugar de un único hombre invisible como fantasma, hubiese habido un
ejercito de ellos con intención de gobernar el mundo. Qué diferente
y vulgar hubiese sido tal clásico, ¿no?
Mi
conclusión. Un creador es alguien que se basa en la realidad, que
intenta acercase lo más que pueda a esa magia, un asunto difícil si
desde niño estamos siendo “contaminados”. Además, el estilo de
vida imposibilita a veces la salida de la ciudad, donde me juego otro
dedo a qué muchos jamás conocerán el mundo más allá de los
edificios, tan necesario para la creatividad el disfrutar de lugares
y personas nuevas. Teniendo todo al alcance y las ventanas de
Internet que muestran la otra punta del mundo, no nace la necesidad y
curiosidad muy natural por explorar; necesidad que cada vez lo será
menos.
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