Odio la palabra piscolabis. No es porque suene especial, diferente, única... o quizás sí, por lo que desentraña y pasaré a explicar más tarde. Lo que más rabia me da es por el pequeño trauma que me recuerda, surgido de un derivado que poco tiene que ver con la propia palabra aunque se le aplique igualmente.
Mi trauma
surgió a partir de un pseudo-gafapaster que catalogaba libros en
plan “aperitivo” o “plato fuerte”. Si me hubiese mirado en
ese momento, se habría preguntado por mi cara de teleñeco, pero se
limitó a seguir con su verborrea y
“especiedeprepotenciaquenollegaperodalaimpresión” con respecto a
sus gustos personales. No recuerdo de qué me habló, pues divagaba
entre un infinito inventado y una realidad aparente, a causa de la
impresión que ya no se me ha borrado sobre catalogar la cultura como
si fuera algo de consumir... y poco más.
Pasado el
tiempo me fui dando cuenta por varias webs de reseña que aquel caso
no era único. “Este es un buen libro para pasar el rato”, “Como
aperitivo a sus siguientes obras está bien” o “Para disfrutar en
los momentos de baño”. Me impactó como todo el mundo de repente
era vendedor o, más seguramente, se limitaba a repetir lo que habían
oído o leído de anuncios.
Aquí llega
mi impaciencia por el tema, ¿por qué tratar así a la cultura?
¿Usar y tirar? ¿En serio? ¿Así se trata ahora a la historia, la
experiencia y la mente humana que no para de evolucionar? Comprendo
que mucho arte se realice para el disfrute, pero si sólo es para
eso... se pierde el sentido de arte y cultura. ¿Dónde quedaron las
enseñanzas de los clásicos? Por lo que veo en ediciones de bolsillo
para el metro y bus. ¿Por qué expresar en una obra? Para
entretenerse hasta que mamá termine de hacer la comida. ¿Por qué
compartir creaciones o incluso pensamientos? Para pasar el rato como
una fugaz moda de un día de Internet.
Hace tiempo
escribí sobre “Los
Verdaderos Muertos Vivientes”, pero creo que estos se han
quedado cortos frente a la generación que consume y tira todo lo que
encuentra. Se llenan de basura y lógicamente acaban convirtiéndose
en eso. Usan y tiran para acabar como eso mismo: personas de usar y
tirar en conclusión de sus vidas. No me contradigo diciendo que algo
de usar y tirar sea basura, no, pues ya digo que ahora hasta las
mejores obras son tratadas así. Me refiero que esto ocurre porque es
lo que creen, y creer es lo más poderoso que se puede hacer.
No puedo
evitar esta negatividad, lo siento, es ver una de estas reseñas o
simple comentario para imaginarme como consumen como papas del
momento a Cervantes o Kubrick, como escuchan una sola vez a The
Beatles, comentan la primera impresión y a otra cosa mientras se
realiza el gesto de lanzar a la papelera. Hasta relatos de Stephen
King, H.P. Lovecraft ¡o incluso Chejov! son abiertos de sus cascaras
de pipa para consumir y olvidar. A la mente me viene el alcalde de la
serie infantil de las Supernenas con su obsesión por comer
pepinillos, pero de tal placer que abruma la diferencia abisal frente
a la realidad de la cultura. El problema real es que no parecen
llenarse de lo bueno que puede aportar cualquier autor, el que sea,
que no parecen aprender o ver un atisbo del porqué creó y qué
quería decir, qué quería que viéramos y, más importante,
compartiéramos...
El método
actual es muy en la onda de lo que se lleva, se aplica a todo y la
nueva generación no lo ha podido ver de otra forma. Leer, ver pelis
o jugar a videojuegos ya no aporta experiencia personal, si no
social, para poder hablar entre los compañeros que se ha visto y qué
no, para no quedarse atrás frente a todo lo que han jugado los demás
y tú no. Surge un sentimiento de paria, cuando realmente es una
tontería. Antes lo decía la tele, ahora lo dice la red, y así
seguirá siendo mientras queden series de esas a imitar con cien
capítulos o más, de los cuales sólo merece la pena ver cinco o
seis.
Y por eso
odio la palabra piscolabis.
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