Que el cine
comercial es de dudosa calidad siempre ha sido algo relativo desde hace décadas.
Se considera a los ochenta y principios de los noventa como un antes y después
del cine, pero temo que el factor nostalgia siempre ha sido más fuerte que la
razón; que una década sea un éxito en cifras no significa nada a nivel
artístico. Los Cazafantasmas molan, son originales y creativos, pero no son más
que carne para merchandising y pronto reboot, remake o reshit, como quieran
llamar ahora a los productos que siempre han estado.
Confieso que mi reseña ya se nota
y huele requemada, y no es para menos:
La película de Momo.
Basada en el libro de Michael
Ende, aquel que brindara al mundo su humanismo bajo la forma de libros como el
citado, El Ponche de los Deseos o La Historia Interminable, ha sido maltratado
de nuevo tras aquellas lejanas pero bien recordadas películas interminables
(casi nunca mejor dicho). En serio, dejad el factor nostalgia, matadlo sin
miramientos y volver a visionar las películas de La Historia Interminable.
Salvo por buenos efectos que harán del deleite de los más jóvenes, tiene la
profundidad de una piedra lanzada al mar, o sea, algo tan olvidable como
irrecuperable aunque se revista de un momento nostálgico en la playa, jugando sin
piedad con esa fibrilla que vibró cuando leímos el libro.
Y es que, por favor, que sea una
adaptación no significa que vaya a ser lo mismo.
Una adaptación es lo que es y
está en su derecho de tomar licencias para poder llevar la obra a otro terreno
que no es el suyo. Cuando lees un libro donde la narración y el estilo son una
maravilla de la elaboración, ten por seguro que por lógica en cine no será lo
mismo, es un aspecto que se tiende a confundir, a tener como prioridad a la
hora del visionado. La literatura es un campo abstracto y el cine es un medio
visual, son incompatibles salvo en su naturaleza artística o de ideas. Ese
punto en común, por mínimo que sea, es la excusa perfecta para adaptar, ya sea
porque al director o al guionista les haya gustado demasiado cierto libro o
porque los productores comprueban cuál es el best-seller del momento con posible
potencial.
Nada nuevo bajo el sol.
Hasta ahora.
Mi enojo y falta de objetividad
se debe al despropósito que han hecho con Momo. Hubo una adaptación animada y
otra de imagen real tan torpes como inocentes, y se les perdona. Pero esto,
esto…
Y todo comenzó con Tim Burton,
como siempre.
Soy fan aférrimo de los libros de
Alicia. La película de Disney me afectó cuando crío y re-descubrí ese mundo
siendo adolescente tardío, percatándome del estilo único, los juegos de palabras
(aun siendo traducciones, buen trabajo) y la imaginación que llegó a tener este
matemático (matemáticas, he ahí una de las claves del éxito de Alicia o Momo,
pero esa es otra historia). A partir de aquí se creó un género basado en las
aventuras de un infante en un mundo que le supera por lógica, alegoría en
paralelo a lo que le puede suponer a un niño la aventura de comprender el
mundo, en ocasiones tan contradictorio. Es llevar el género infantil o de
aventuras a un plano más abstracto y profundo. Trabajos como Coraline, El Viaje
de Chihiro, Dentro del Laberinto o decenas de series infantiles continúan el
legado, enseñando a los chavales en un plano que no se puede explicar con
palabras, todo aderezado de gran imaginería. Una de las esencias de Alicia es
el enfrentamiento de la lógica digna de una niña marimandona contra los
abstractos de dos mundos al revés. Los niños están llenos de imaginación e
inexperiencia, pero si tienen que corregir a un adulto, lo hacen, si tienen que
responder bien en clase, lo hacen, y si ven algo fuera de su lógica como
personas lo corrigen sin preguntar. Esos detalles que hacen humanas a las
historias de Alicia sólo se plasman en la adaptación de Disney, por parte del
resto juegan a lo fácil como si, como siempre, la gente fuera tonta. Si un niño
lee un libro aprende e incluso comprende conceptos, ¿por qué no va a suceder
así con una película?
Otra de las gracias de estas
obras es que son atemporales, y eso también significa que se pueden leer a
cualquier edad. El Hobbit es un grandioso ejemplo, obra maestra de una tarde o
dos que evoca esa emoción del inicio de un viaje, metáfora de comenzar proyectos
o encontrar novedades en una vida rutinaria arraigada en la comodidad: si vas a
por los problemas (el dragón), obtendrás tu recompensa. Pero no, llegó el gordo
de Hollywood y triplicó la mancillación. Tres películas de una novela corta, ¡toda
una oda a la superación! Si se puede hacer peor, se hará.
Da igual cómo sea una adaptación
mientras respete la esencia. Si es difícil de conseguir, no lo toques, o
espérate, porque jamás perdonaré el modo en que la película de El Hobbit corrompe
con gusanos metafóricos unos de los mejores capítulos escritos como es
“Acertijos en las Tinieblas”. En el libro es emocionante, da miedo, despierta
la mente, alimenta la ilusión que se hace uno de la escena y hace partícipe al
lector. En la pantalla es una escena sosa, un diálogo de tantos que juega con
la interpretación que nos acostumbra la mayoría de películas comerciales, y
encima con dos buenos actores. Bravo, Peter, creía que era imposible
fastidiarla con esa escena.
Pero el dinero llama al dinero.
Como comentaba, todo empezó con
Burton, o quizá antes, pero mi mente me coloca en él. Su adaptación de Alicia
(con pronta segunda parte) es aburrida y tópica, algo impensable e imperdonable
al tratarse de una historia basada en el imaginario de Alicia. Hasta los
fan-fiction y segundas partes apócrifas tienen más cariño y emoción. Es que,
claro, es Tim Burton, y como tuvo su época dorada ya el resto será digno,
atrapados en un juego muy similar al del factor nostalgia. No quedan ni
resquicios de él, el hombre lo sabe, pero el cheque llama y alude, y el pobre
siempre se promete no volver a caer. Se dice hacerlo mejor y volver a sus
orígenes, y cumple e insiste por esa película innecesaria de su primer cortometraje
(un perro-frankenstein sólo funciona en corto, la verdad), por “Pesadilla antes
de La Novia Cadáver” o por esa inminente segunda parte de Beetlejuice. Sin
palabras.
Aun con esa falta de esfuerzo
creativo que se pasea por Alicia de Burton, es magia en comparación a la
película de Momo.
¿Cómo empezar? Llevo mil palabras
para intentarlo. Sabía que este momento iba a llegar, y aún me siento incapaz.
En fin. Vamos allá.
La idea original de Momo juega
con el corazón de forma creativa y entrañable, encima haciéndote pensar. Toca
hilos del alma que sólo se puede entender cuando se lee. Llevar el concepto del
tiempo a lo infantil, lograr una oda a la imaginación como pocas veces se ha
escrito es una tarea admirable. Ende estuvo fino en su inspiración, y
generaciones de lectores le debemos la vida interior.
Este libro nos habla de la
infancia (Momo y sus amigos), del trabajo bien hecho con calma (Beppo), de lo
peligroso que es ver cumplidos algunos sueños o deseos así como del paso del
juego a la responsabilidad (Gigi) y, sobre todo, del tiempo, de la importancia
que tiene algo que no existe físicamente y que sin embargo define al mundo. El
libro agarra al tiempo y nos enseña su otro lado, su matemática oscura bajo la
forma de Los Hombre Grises, seres que bien podríamos ser cualquiera de nosotros
una vez pasamos la infancia.
En la película no veo nada de
esto: NADA. De hecho hasta se burlan cuando Momo insinúa a Beppo toda la faena
que aún le queda por hacer y éste resopla y responde en supuesto gag cómico.
Es, es… me duele, es increíble lo
difícil que es lograr eso aunque se hubiesen copiado tal cual las escenas.
Desde la personalidad de Momo, más típica a una chavala adolescente actual (de
películas, no de la realidad), hasta ese villano principal que sacan de bajo la
manga que incluso por momentos parece ir en contra de sus propios ideales y
propósitos. Todo está mal, todo, desde los actores a los
efectos especiales que sólo sirven para rellenar el vacío de la historia (aunque
si la hubiese dirigido Tim Burton todo el reparto hubiese sido Johnny Depp).
Sentí vergüenza ajena, lo juro, en el momento en que Momo sigue a Casiopea por
el borde del tiempo, por esa representación poco disimulada de las calles de
Nueva York como si no existiesen más conceptos de ciudad que no sean esa o Los Ángeles,
por esos brillos gratuitos que acaban mareando o esa escena de una supuesta
catarata temporal donde Momo tiene que usar sus habilidades ninja para
salvarse, escena que recuerda demasiado a Piratas del Caribe o la escena de los
barriles de la segunda del Hobbit. Son momentos de acción en una película que
no lo necesita, son rellenar minutos en una película que no necesita durar dos
horas, una ironía al mensaje original del libro, pues parece ser que hoy
necesitemos películas cada vez más largas con tal de llenar el tiempo con lo
que sea. Que ya que he nombrado lo de los piratas, menuda decepción y heraldo
de lo que acontece cuando esperaba la escena en que lo niños juegan imaginando
ser piratas hasta el punto de vivirlo, pues es un capítulo del libro que hace
regresar a la infancia, y me encuentro en la película una escena donde los
críos hacen el tonto, con referencia a Peter Pan como si tuviese algo que ver
(por no mencionar el rancio superhéroe-pirata que se inventa uno de los niños
para dejar clara su obsesión por Los Vengadores), ignorando enseguida para
continuar una trama que aún se alargará por dos horas…
Dos horas de puro hueco. Un
agujero negro en un punto de mi vida.
Estafado, me siento así, pero no
a un nivel expresivo, monetario o mental, sino del alma, y eso que no soy
religioso. Siento que me han llamado de idiota para arriba hasta el punto de
ofender de una forma cercana a la depresión. Es increíble el afán que tiene el
cine comercial por mantenerse encerrado en su fórmula sin importar cuál sea la
obra. Hay que meter acción, un villano muy malo atrapado en sus ideas, efectos cargantes
que cumplen la función de un llavero agitado frente a un bebé; humor, más
humor, personajes molones porque lo saben hacer todo, humor contemporáneo que
envejecerá mal, un/a protagonista vacilón/a con su falta justa de personalidad
para poder identificarse, el personaje rejuvenecido de turno para que pueda ser
el noviete y chico guapo (escena sin camiseta incluida aunque sea un crío) y
dos frases filosóficas para creer que estamos ante una película profunda. Lo
único que adaptan bien para los tiempos de ahora es la obsesión por las
tecnologías, posible perjuicio e imaginación contaminada para las generaciones
más jóvenes, aunque…
No. Jamás esta palabra había
tenido tanto sentido.
No se trata con mi reseña interpretar
al tópico del gruñón que no le gusta que le toquen sus cosas. Hay adaptaciones
que adoro aunque suden del original, pero porque mantienen la esencia, porque
han entendido de qué va la cosa y se esmeran en plasmarlo. Hay una película
ochentera y alternativa del Mago de Oz que sólo se parece al original por la
protagonista, y aun así da lo mismo, te ofrece esa aventura, esos personajes
con carisma, esa lección que no se explica y que entiendes.
Pero es que ahora, en fin, hay
que explicarlo todo. En el libro de Momo el mero hecho de ver cómo actúan Los
Hombres Grises es suficiente para comprender qué nos quiere decir el autor. Un
niño puede perderse en el concepto, pero lo pilla, sabe de qué va la cosa y
aprende de ello porque una acción vale más que mil palabras. Y llega la
película y te suelta un discurso final gratuito sobre el tiempo que logra
romper toda la narración acontecida. Es como cuando te explican un chiste, ¿a
que fastidia? Pues imagínalo a nivel épico después de dos horas.
Esta película es atemporal, pero
porque debería existir fuera del tiempo.
A nivel comercial cumple, es otro
éxito de tantos para el cine de este tipo. Pero a nivel humano es un desastre.
No se trata que el mundo lo sepa ver, de convencer a nadie, se trata de que ya
está bien que nos traten de tontos. Me da igual que se use el arte para vender,
es legítimo. Lo que me mata es que uno escriba una historia con todo el cariño
del mundo y llegue el aprovechado que va de o para empresario y se aproveche de
ello como si tuviese el derecho o la superioridad moral, y más cuando ya se está
muerto.
Los cuentos y novelas infantiles
son lecciones universales para todas las edades. Crean legado y se cuenta la
misma historia y mensaje una y otra vez porque es necesario, acaso una verdad
que necesita ser dicha.
En lugar de una adaptación de
Momo, me he encontrado con otra piedra en el camino para ser mejor persona. De
haber estado bien hecha, habría resucitado esas lecciones y momentos que viví
con la Momo real de mi imaginación, un repaso a la esencia de la vida.
Masoquista de mí seguiré viendo
cine comercial, temiendo que la próxima que pondré a parir será la de IT. Al
menos no todas son películas pare odios, pero ofende que luego te traten de
gafapasta porque prefieres el cine de autor. Al menos ellos no tratan a nadie
de tonto, todo lo contrario. Esa es la gran diferencia que habla mucho del
público de hoy día. No quiero ir de héroe cultural, pero me es imposible
apartar la vista ante lo que es una injusticia. Si uno puede denunciar por lo
que le ha ofendido o dañado en extremo, ¿se puede dar el caso con una película?
Injusticia. Eso es lo que ha sido
esta película. Ojalá exagerara.
Como alguno ya se habrá percatado, la
película de Momo de la que trato no existe. La reseña es un intento de visión
sobre el futuro. Tarde o temprano volverán a hacer un remake de La Historia Interminable
que funcionará a nivel comercial, y con ello vendrá Momo. A menos de que la
dirija Guillermo del Toro (como casi pasó con El Hobbit, vaya), van a lograr
que los amantes del libro soñemos sangre. Quizá exagero en mi apreciación,
aunque en este caso sí puedo asegurar que el factor nostalgia no tiene nada que
ver y sí los hechos.
Un saludo y gracias por su comprensión.
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