Este artículo,
mezcla de reivindicación y desahogo, viene a sumirme en la resignación digital.
Me rindo, señoría, me declaro culpable sin cometer delito. Dejo de batallar en
una guerra en la que ni siquiera participaba. Asumo el rol que lleva el mundo y
permito que me quemen, donde quedaré más chamuscado internamente por dudas y
preguntas, aun respondidas con esa violencia tan de moda.
Hablando con mi amigo Bertowulf
sobre un incidente que relataré, llegó a la conclusión que las redes sociales,
en esencial Facebook, se han convertido en Salem. A la mínima te acusan de
bruja, para después quemarte a base de acusaciones entre improvisadas y
extraídas de una verdad universal que en teoría hay que ser idiota para no
comprender. Seres humanos de todos los campos y ciencias buscando tal verdad, y
resulta que estaba delante de nosotros todo este tiempo. Gracias, Internet, por
abrirme los ojos y cegarme con la luz de tu fuego purificador. Lo que no me
dijiste es que tendría que barrer yo mismo mis cenizas; mucho menos que la
letra escarlata del paria figuraría en mi frente para siempre.
Y es el resabiado de Bertowulf el
que también elaboró la teoría/alegoría por la que afirma que estamos repitiendo
el siglo XX, ubicándonos de nuevo en tiempos de La Ley Seca. Los
ultra-religiosos del orden ahora son los profetas de lo "políticamente
correcto”, expiando nuestros pecados sin pedirlo ni necesitarlo,
”salvándonos” pues desconocíamos haberlos cometido. A base de prohibir el
alcohol, se fomentó su consumo ilegal, y cuando el número de garitos y locales
clandestinos fue incontrolable, la absurda ley tuvo que caer. El problema
radica en que aquello fue realizado en un país, esta situación actual está
globalizada. Impredecible la resolución. Me hace pensar también que, si estamos
repitiendo el siglo pasado, ¿la nueva guerra mundial será digital?. ¿Son éstos
los cañones de Agosto que marcan este siglo?. Es demasiado aventurado por el
momento como para poder dar una teoría con base real.
Mi ira pecadora (creía que todo
el mundo tenía derecho a expresarse y sentir emociones, señoría) surge que
siendo pasivo en la guerra de las redes, me he visto involucrado. La infalible
lógica dice que si no actúas nada sucede, pero la pobre se enfrenta a un nuevo paradigma
o paradoja al encontrar que incluso los inactivos que se preocupan sólo de su
vida diaria reciben también su merecido. El intervencionismo digital hace suyo
el dicho de “la indiferencia te hace culpable”.
Hay cierto perfil en Facebook
donde se desarrolla un personaje ficticio, cuya contrapartida física conozco en
persona. Niego aún que la persona física y la del perfil sean la misma, pero
temo por dentro que ya se hayan fusionado. Lo que empezó como una lucha por los
derechos y la moral a base de publicaciones en el muro, ha acabado resultando
en un pozo de odio constante y críticas hacia un mundo que declara infestado de
peligros, defectos e injusticias a cada esquina. Sin lugar para la duda o la
negociación, sin piedad ni merced alguna.Lo peor es que ese perfil no está
solo, cada vez hay más y más similares, defendiendo derivados de la ley
universal o nuevas injusticias, reales o no, que añadir al acervo cultural del
movimiento según el día. En resumen: así no se puede vivir. No debería
importarme la vida de esa persona, es libre de desahogarse en su perfil, pero
el problema es que salpica cuando ni siquiera estás al alcance,
independientemente de si tienes o no relación directa con ésa persona.
Internet es una herramienta
poderosa tanto para mejorar nuestra persona como para empeorarla. Para variar,
las personas nos dejamos tentar y malempleamos toda idea a nuestro alcance. Es
nuestra naturaleza, no podemos evitar ver las dos caras de todo. El visionado
de porno se compensa con los vídeos de gatitos, que curan el remordimiento de
lo que acabamos de ver o hacer y del tiempo que sabemos que hemos perdido. Eso
siempre será lo más frecuente en la red. Usar Internet de la manera que creamos
conveniente es de lo más legítimo, mi problema es cuando ese Matrix se mezcla
con la vida personal y la ajena. Tal perfil que nombro ha ido creciendo hasta
obsesionar a las personas de mi alrededor. Mis cercanos llegan al punto de
amargarse o deprimirse el día por culpa de una sencilla publicación que
defiende la demagogia de turno. Con esta actitud se cultivan las mentes de los
seguidores con desinformación, se les insta a imitar un modelo de dudosa
madurez que se deja llevar más por lo emocional que lo racional. Cual secta de
profeta loco del momento, se contagian de un filtro o ángulo de la vida que
enfoca todo hacia el mismo problema. Cualquier aspecto de la vida, actitud,
objeto… todo está impregnado con ese problema, y el perfil principal ─y con
ello la persona que hay detrás─ termina adquiriendo un odio amargo que necesita
expulsar para después absorber más del que expulsó, creando un bucle donde
todos acabamos involucrados. Como una epidemia, se infecta uno del
policorrectismo radical y se expande por toda cuenta de Facebook del mundo al
ritmo de, lo que en principio fueron años y después meses, ha llegado a adquirir
por inercia una velocidad de días u horas.
Me da igual esa lucha, ésa no es
mi guerra, no me involucro, uso Internet para escribir, leer, chatear y
escuchar música. De verdad me dan igual las cruzadas que quieran liderar esos
libertadores que, incluso, se enfrentan entre ellos defendiendo… ¡las mismas
ideas!. A mí lo que me afecta es que alteren mi alrededor, esa infiltración
infecciosa de lo digital en la realidad, y con ello mi vida personal. Estoy
cansado que por una simple publicación tener que animar a mis amigos que acaban
sintiéndose incluso culpables tras una discusión (que no debate) en el perfil
público de turno. Harto de quedar con amigos y que parte del tema de
conversación gire en torno a los supuestos problemas que escupe Internet y que
a la semana siguiente ya ni se recuerdan porque lejos de ser de capital
importancia, sólo son un leño más a la hoguera; de comprobar cómo gente bloquea
las publicaciones del libertador que nadie pidió y que acabe entrando de nuevo
a ese perfil, harto de descubrir cómo a escondidas personas cercanas están
fisgoneando el muro de quien le afecta, para ver qué publica a cada instante
para irritarse casi como un placer culpable, como quien ha encontrado al
enemigo perfecto.
Y esta es una realidad que
sucede, y no a poco nivel.
Fue entonces que decidí actuar.
Dejé un señuelo del tema reivindicador de moda en mi muro pero, a quien acuso,
no acudió. Decidí hacerlo de forma más directa entre los afectados. Pero ni se
pronunció. No me quedaba otra que entrar en su territorio y enfrentarme cara a
cara contra el elegido que ninguna profecía previó. Pero supe que de nada
serviría por lo que ya había presenciado. Me paré a pensar y me percaté que el
policorrectismo es otro concepto de tantos con dos caras, siendo en esta
ocasión la obvia de mostrar un aspecto de justicia pero que en el interior
guarda la corrupción más mediocre. He presenciado cómo decenas de personas
daban una paliza nazi verbal a un pobre diablo que sólo dijo lo que pensaba, o
a otro que llevó la contraria y acabó sepultado en comentarios. Gente
razonable, con buenos puntos de vista y empatía se enfrentaron bien armados en
dichos muros y no fueron escuchados, chocando con otra clase de muro que sólo
les hizo malgastar su energía y regresar a casa afectados de náuseas. De nuevo,
permanecí sin actuar, llevado de la mano por la cordura para dar media vuelta.
Mi conclusión en ese estado fue que dijese lo que dijese, resultaría
contraproducente, pues la efigie viva sólo se reafirmaría en su opinión y se
convertiría en piedra un poco más, pensando que se hace más fuerte. Entre los
amigos hemos decidido ignorar o bloquear ese perfil, un modo de ganar aunque el
mal no se haya extinguido.
Aquí sentado y escribiendo lo
analizo, me sirve de reflexión para concluir y sentir pena, una tristeza por el
personaje que ha acabado devorando a la persona. Lo peor que esa persona se
sentirá orgullosa del poder que ha adquirido en sus cuatro paredes llenas de
mensajes banales. En mi experiencia sé que ni todos los libros juntos pueden
acabar con las injusticias, y más las que supone esta gente combatir. He
aprendido que actuando es el único modo, que la teoría nunca ha cambiado nada
sin la ayuda de las manos, que se debe aprender otra clase de sabiduría que no
puede ser leída. Si estas personas que machacan a base de publicaciones
vivieran realmente una sola experiencia de aquellas contra las que luchan
dejarían de escribir tanto tras una pantalla, y actuarían más en el mundo real,
donde su ayuda podría marcar una diferencia.
Además estoy harto, cansado que
cualquier noticia que se publique por Facebook se tome como verídica sin
pensar, de consejos y experiencias de andar por casa que se siguen sin
plantearse si es lo que de verdad queremos o necesitamos. Al fin hemos
conseguido que todo el mundo tenga su voz y voto, ¿pero el resultado ha sido lo
mejor? Es libertad, señoría, y es imposible no amarla. Pero queriendo evitar el
caos hemos creado el nuestro propio. Acusamos a gobiernos, cuando estos se
preocupan de economías y leyes, no de nosotros per se, que ya nos cuidamos y
mutilamos solitos. No hay un enemigo al acecho de la frontera, sino en el
perfil que tanto lees con fervor y que te hace enfocar las cosas que no te has
parado a pensar de un modo nuevo que ni cuestionas. Se secuestran opiniones con
mentiras, tal y como se ha hecho siempre para alcanzar el poder. Pero ésta vez
es tan sólo en aras de un narcisista deporte.
Por lo que a mí respecta, me
declaro culpable, sabiendo que no he cometido delito. Ni siquiera se me puede
acusar de eso, de no actuar. Pero soy culpable en potencia y por defecto, por
el mero hecho de existir y de ser capaz de todo lo imaginable. Tengo las armas
(los puños), la intención (mi órgano sexual) y mi malicia (la mente), aunque
jamás haya hecho daño a nadie. El simple hecho de poder hacerlo ya me hace
peligroso. Por favor, señoría, senténcieme a la pira y resolvamos esto cuanto
antes, de una forma limpia y digna, no sea que esos radicales del bien acaben
conmigo de una forma peor.
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