La calle ardía
sin fuego. Esparcidos por el suelo había pedazos de carne y plástico, algunos
fundidos entre ellos. El Sheriff caminaba con calma para permitirse analizar aquel
desastre. Una bota por delante, después el otro pie, donde una espuela
imaginaria giró frenética. Torcía el labio, apartando la mirada para
encontrarse con otro trozo de crueldad. Reconoció cada uno de esos muñecos
partidos y quebrados por los puños o las armas humanas. Estaban incluso esos
robots japoneses de mucha luz y pocas nueces. Un “gusiluz” igual a uno que tuvo
cuando niño tenía despedidas sus tripas de algodón.
Se detuvo frente al cadáver de un
hombre, que por última voluntad había aplastado contra el suelo un muñeco de
Batman que aún quedaba atrapado en su mano. Se fijó que el muñeco agrietado realizaba
espasmos, por lo que se agachó para acercar su mano a la cabeza del caballero
oscuro. La agarró entre su puño y comenzó a retorcer. Logró separarla como
cuando se quita el corcho de una botella. Tuvo la impresión de escuchar un
suspiro.
¿Desde cuándo los juguetes tenían
callada su condición?
La culpa era suya por haber
esperado tanto tiempo.
Fue que lo presenció al final de
la calle. Se incorporó mientras lanzaba a un lado la cabeza arrancada. Era un
muñeco, del tamaño de su antebrazo. Su imagen era toda negra por el sol a su dorso.
Tenía puesto un sombrero al estilo del propio Sheriff.
Le dio la impresión que el muñeco
era una parodia de sí mismo, reconociendo enseguida aquella figura como uno de
esos personajes famosos que no aportan nada.
Woody.
El muñeco avanzó, y sus espuelas
de plástico giraron un poco a cada paso. No emitía sonido, pero el hombre bien imaginó
dentro de su cabeza el golpe de botas rudas e impertinentes. Las sombras se
disiparon y el rostro del muñeco se mostró.
¿Pero qué…?
No tenía el mismo rostro que la
figura original. La cara de este Woody parecía marcada con cicatrices, surcos
en la madera. Su expresión no era jovial, sino de otra clase de sonrisa de
oreja a oreja que detonaba perversión.
La canción esa de la armónica sobrevino
a su mente.
El Sheriff comprendió la
invitación y se fue acercando. Su mano no quedó lejos del revolver enfundado.
El muñeco imitó su gesto. Sin señal alguna, ambos se detuvieron casi al mismo
tiempo, quedando a una distancia dentro del encuadre.
El viento se pronunció, dando su
opinión sobre aquella escena con un susurro.
El hombre se sintió ridículo,
preguntándose cómo iba a hacer el muñeco para matarle. Recordó dónde estaba y
la carne a los lados se remarcó. Fue entonces que se fijó en el lateral del
muñeco, donde figuraba una pequeña pistola que le resultaba grande. La
identificó como una de esas armas de balines o perdigones, que bien podían
acertarle en un ojo si no tenía cuidado.
Jamás hay que subestimar a un
enemigo.
Por el fondo comenzó a sonar una
especie de banjo electrónico. Miró de reojo y un muñeco se movía por la acera.
Simulaba un anciano con una caja de música entre las manos, de donde provenía
una musiquilla escacharrada y chirriante que blasfemaba a Ennio Morricone.
Centró su vista en los ojos
congelados de su rival. Su mueca siniestra le hablaba sin moverse. Esa voz
debía provenir de su imaginación.
Son los nervios.
El tiempo que espera.
La musiquilla se enalteció, y sintió
molestia en los oídos. Dedujo que el otro muñeco estaba ayudando a su
compañero.
La unión hace la fuerza. Así lo
habían logrado los juguetes.
Sin sentimientos o emociones.
Así lo habían logrado.
Tenía que ser como ellos.
Como ellos.
Los disparos se produjeron.
Entonces uno se percataba que las manos se habían movido.
La música se detuvo.
Desde un punto de vista donde
apreciar a ambos, las dos figuras se mantuvieron estáticas. El viento regresó y
una de ellas cayó de espaldas.
El Sheriff guardó su arma y
observó su triunfo. Se fue acercando. Le había dado en la cabeza, intuyendo en
una décima como había explotado la madera pintada de su cara. Sonrió no muy
convencido, con los pelos de punta al imaginarlo.
Quedó delante del cuerpo. Tenía
una posición cómica, como el monigote de la señal de paso de peatones. Tuvo la
tentativa de pisarlo, pero se contuvo mientras su sonrisa seguía torciéndose de
horror.
Juguetes vivos. Una pesadilla de
la que jamás despertaría.
No vaticinó el balín contra su
ojo. Un chorro de sangre surgió disparado de su cara, que se tapó de un golpe de
mano descontrolado a la vez que gritaba.
Notó un deslizamiento por su
tobillo, y con el ojo sano observó la serpiente de plástico que se introducía
por la pernera. Asemejaba hecha por piezas, derretida parte de su forma y
pintura por algún tipo de fuego.
Se produjo un mordisco.
Primero vino el calor, dando paso
a un mareo que lo invadió con calma, tornándose el paisaje de un morado tenue.
¿Qué tenía dentro aquel plástico deformado…?
Cayó arrodillado, a tiempo para
observar de cerca la cabeza medio volatilizada de su enemigo, donde esa sonrisa
aún permanecía. Fue la última imagen de la que tuvo conciencia.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho tu relato y el blog tambien asi que me quedo por aqui.
Nos leemos??
chispiletras.blogspot.com.es
Muchas gracias :) Sientete libre de leer y opinar por doquier. Le echaré un ojo al tuyo.
¡Un saludo!
Publicar un comentario