jueves, 24 de noviembre de 2016

La Locura de Internet



En el podcast de hoy hablamos de Internet en general a partir de varios artículos. Ha quedado completo y redondo, es la sensación que tuve al terminarlo. Un programa del que estar orgulloso:


El caso que esto me anima a hablar de una vez de lo que veo por redes sociales. Me entristece, me pone entre serio y triste la de discusiones (que no debates) que surgen, algunas veces desencadenando disputas donde la reconciliación ya no parece una opción. Que si feminismo y machismo, defensa de películas y similar por encima del amor propio (o exceso de ello), que si el comportamiento de juzgar y juzgar... ya no merece la pena compartir lo que te gusta, ya no se trata de eso, sino de compartir lo que defiendes, diferencia que define una actitud en ocasiones peligrosa.
En el programa hablamos de la falta de documentación. Muchas veces se defienden hechos porque sí, porque estamos de ese lado y, pase lo que pase, hasta el final, sin importar. Aunque se demuestre lo contrario (que toda opinión tiene su contrario, y eso no es malo), nos mantenemos ahí, siendo la documentación nuestra propia opinión modificada como hecho, como que esto es así, que tiene que serlo. No es malo reconocer que cierta noticia en la que creíamos es errónea, que le faltaba documentación y contrastar más. Si algo nos gusta, tendemos a ensalzar de forma automática toda noticia relacionada, a veces con sólo leer el titular, tanto para bien como para mal. Si además el titular ya defiende cierto hecho o pensamiento, nos convertimos en ello. Y de eso avanzamos en el programa, sobre auto-falacias de la mente para convencerse y creerse más lista de lo que es. Nos pensamos inteligentes en todo, cuando somos susceptibles a todo tipo de información y acto premeditado para cambiar nuestra opinión. No somos inmunes a la sugestión, y nos convencemos fácilmente ante el bombardeo de datos. Si la noticia sobre cierta persona comienza definiéndonos cómo es, lo creeremos sin preguntar, asumiendo que es así, que a partir de ese único dato ya lo sabemos todo de esa persona, cuando un ser humano está compuesto/a por decenas de detalles. Es injusto que prejuzguemos a alguien sólo por un error o porque la primera noticia que tenemos es sobre su problema con el alcohol. Todos cometemos errores y no somos iguales, y todos los alcohólicos tampoco son iguales. Cuando no es así, sucede que conocemos a alguien a partir del humor momentáneo que define Internet, como conocer a Trump sólo por los memes. Yo era de votar a Hillary, y que ganara Trump no me ha afectado en absoluto, pues es presidente de un país que ni me va ni me viene. Es el país más influyente del mundo, en algo afectará, claro, pero de ahí a exagerar su persona es hasta estúpido. Centenas de noticias sensacionalistas sobre supuestos y posibles, seguir la corriente de “ha ganado el malo” e idioteces similares. Es tan futil e innecesario que los únicos que salimos perdiendo somos nosotros. ¿Qué sabemos de la política americana? Poco o nada, porque pocos saben que hay más partidos o que los “buenos” también son de derechas, esa parte política demonizada en nuestro país.
Vamos en contra de la guerra, cuando la practicamos a diario. Además, definir nuestras izquierdas y derechas en otros países no sirve, pues cada uno tiene sus sistemas, tamaño y economía. ¿Por qué los medios no muestran de forma tan brutal las elecciones de cada país del mundo? Está claro que el poder económico cuenta, y si ahora de repente nos hablan de un país del que ni sabíamos, nos volveríamos de un día a otro en defensores de su causa sólo porque lo ha dicho la tele. Y, ojo, lo defenderemos según como se nos diga, nada de documentarse y saber todos los detalles posibles, que eso da pereza y es más fácil lanzarse a discutir.
Y es en el programa que hablamos de Facebook y todos los datos que recoge de nuestras conversaciones y publicaciones. A la larga las categorías y definiciones deberían cambiar, pues una persona no para de hacerlo, aunque se lleva una tónica perdurable donde Facebook nos tendrá catalogados como “bulleros”, o lo que es lo mismo, discutidores y buscadores de peleas, afición o hobby bastante destructivo. Miramos el perfil de un usuario y comprobamos que le gustan los coches, y que comparte enlaces relacionados y que, en lugar de comentarlos con quienes responde, impone su verdad: la única, la verdadera, la juzgadora de quien comente, aunque vaya a neutral. A su vez Facebook recoge quiénes son los que siguen el juego, los cuales, o bien han aprendido la lección, o adoran a su dios particular, pues Internet es conocido por ensalzar. Lo decía Victor Hugo, que la fama es fea porque se confunde con el mérito. Adorar a alguien porque piense igual (o te haya hecho pensar igual) es tontería, no tiene gracia, y en la retroalimentación acaba sucediendo una auto-encerrona de la mente para reafirmarse en lo que creemos. De eso hablamos en el podcast, que siempre vamos buscando afirmar nuestras ideas y creencias, ignorando lo que no coincide, considerándolo enemigo (así de fuerte y triste). Cuando gana el PP de nuevo nadie se puede explicar el porqué, si en mi muro, las webs que leo y en Twitter y compañía todos eran de votar a los otros. Tenemos que recordar que nuestro apartado social no define al mundo, que de esa forma no tenemos en cuenta y dejamos de lado a millones de personas.
En lugar de discusiones, deberían haber debates. En un debate se pregunta más que se afirma, se escucha más que se defiende. Es de la opinión contraria de donde de verdad se aprende. En lugar de rebuscar el enfoque de cada cosa para que coincida con nuestra forma de pensar, se debería plantear distintos enfoques. Si piensas que alguien está equivocado (que es un idiota), piensa en sus circunstancias. Si es así será por algo, y si defiende tal postura tendrá sus motivos. Es fácil juzgar y no moverse del sitio, bastante injusto para quien, como tú, también tiene su vida, problemas e ideas. En un debate nunca se pierde, al contrario, se gana aprendizaje. Pero, ya nadie está para debatir, sino para luchar, para sangrar sin pensar si merece la pena o no, para encerrarse en una rutina de crítica constante, como si todos fueran el enemigo.


En fin, en el fondo todos somos iguales, nos sentimos igual de perdidos ante la vida y el mundo, solo que unos disimulan más que otros.


Es mi opinión, nada más. Un saludo.

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