jueves, 31 de octubre de 2013

La Torre de Babel sigue en pie


Y no es para menos. Internet es la prueba, un lugar que no para de crecer sin final donde un límite se hace inviable (aunque todo es posible). El principal problema es que todos sus interlocutores hablan a la vez, con el caos de letras que suponga eso. Aun rompiendo la barrera del idioma, seguimos sin entendernos, todos somos locos que hablan sin cesar a su manera. Exigimos, queremos compartir nuestra opinión, pero sobretodo, queremos que nos escuchen. Pero una cosa es oír y otra escuchar, cosa que por muy pocas barreras no se puede evitar. Son aspectos que nacen de uno, del verdadero interior.

El juego es más emocionante si se complica, pero a veces se hace inconscientemente. En esta torre se juega con “verdades”, y como tal, no pueden ser mentira. Pero, claro, hay verdades que se contradicen, por lo que deducimos que la verdad es relativa... ¿pero la verdad no es verdad y nada más que la verdad? Entonces se producen los choques, los golpes del juego que a veces van más allá ya sea por despiste o por maldad. Estas dos acciones sí son reales, una inconsciente y la otra consciente, en un juego de verdaderas acciones que no se pueden ocultar.
Como la verdad es relativa, significa que no es pura, que es un tanto artificial; y la mentira es artificial. Entonces podemos llegar al punto de que son “medio verdades”, que es lo mismo que “medio mentiras”. El problema de jugar con mentiras es que pueden engañar a todos, sobretodo a uno mismo. Con tal de no asimilar la mentira de la vida (la única real) se adapta nuestra máscara de la verdad a una forma con la que pueda defenderse. Pero no existe la protección absoluta, y siempre, siempre, acabará rompiéndose... en esos leves instantes, uno queda ciego por la luz de la realidad, aprendiendo algo hasta ese momento desconocido que nos enseñará a mejorar... sobretodo a la hora de crear una nueva máscara, surgida de la nada en un tiempo que de tan breve no puede dar tiempo a visualizar más la luz que todo lo rodea.

Este juego es demasiado viejo, tanto como lo pudo ser la propia Torre de Babel, y ya no se es posible salir de el bajo ningún concepto. No queda otra que participar a la fuerza e intentar ser el mejor, el que más convenza con elocuencia aunque en el interior no haya nada. Cada locutor tiene un interior, y como esté hecha su máscara de verdad y mentira se podrá saber de qué se ha alimentado hasta llenarse. Se es lo que se come, y en la era de la información al alcance de cualquier mano es posible devorar datos basura e inservibles con demasiada facilidad, consiguiendo una metamorfosis muy lenta pero efectiva, hasta convertirse en algo distinto sin apenas percatarse. En la vida todo es lento, demasiado, y por ello nuestra percepción no está preparada, tan adaptada a la supervivencia de movimientos rápidos y seres en las sombras, sin seguir sabiendo como mirar para dentro y encontrar al verdadero depredador que acecha constantemente.


Al final lo que se ha logrado es juntar a mil chicharras distintas dentro de una misma caja de zapatos. Más allá del sonido emitido, la proeza es meter todo eso ahí; pero más proeza es comprobar como sigue creciendo el número de cantarinas dentro de la caja... sin parar y sin aparente final.
En definitiva, es imposible entendernos con tanta verdad fabricada aunque sea sin malicia, y aun conscientes de la mentira, esta se convierte en verdad si se es contada las suficientes veces. Aunque en la torre el idioma ya sea universal, nos seguimos topando con múltiples idiomas bajo una misma forma, con distintos pensamientos bajo la misma bandera, con opiniones cada vez aderezadas de distintas maneras; y eso sólo puede significar confusión y desorden, solo que esta vez se comprenden las palabras expresadas... pero nada más.

martes, 29 de octubre de 2013

Insisto: la Gravedad y el Tiempo no existen...


...o no al menos como los asumimos.


A partir de este artículo: http://www.eliax.com/index.cfm?post_id=10734 me surge una rabia sana para discutir una vez más que no creo en el tiempo o incluso la gravedad. Antes de que asumáis y queráis darle al botón de cerrar, quiero explicarme, debatir dicho artículo. No seré científico pero como todo ser humano sé pensar, y como el enfrentamiento entre la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica, dos pensamientos se enfrentan bajo la forma de opiniones, intentando colapsarse para ser uno con tal de comprender mejor el Universo “que pisamos”.

El tiempo es un concepto abstracto inventado desde los primeros hombres. Es ajeno a la realidad por el simple hecho de que, como sociedad, necesitamos medirlo todo para poder sobrevivir y evolucionar. Si no hubiese sido esto, habría sido otra cosa, pero se hace difícil pensar en qué podría haber sido, resultando por lógica que quizás el concepto de tiempo fue inconscientemente el más apto y fuerte entre los demás, acorde al estilo que el humano iba tomando y evolucionando.
Porque, ¿no os extraña que la evolución haya sido tan precisa para llevarnos hasta aquí? Hasta este punto de informática y demás comodidades imposibles de imaginar si no las vemos. La evolución no es un único camino, y de las miles de posibilidades, se ha terminado en esta “que también pisamos”. El tiempo ha influenciado de sobremanera, donde asumo que de no haber inventado el concepto, seríamos de otra forma pero igual de evolucionados y adaptados. Ya digo que es muy difícil imaginar cómo, algo lógico después de todo.
Lo que temo es que el tiempo ya no tiene cabida en nuestro pensamiento avanzado, pero debido a como está adaptado el mundo (la evolución es principalmente eso, adaptación más que mejora), sería un verdadero cataclismo si de repente se arrancara al tiempo de nuestra realidad. Esto lleva a pensar también en el concepto de religión, que nació en una época de una raza novata en esto de inventar y que, de necesario en su momento, ahora tampoco tiene cabida por el camino de avance que tomamos. Los viejos métodos de supervivencia siempre se honrarán, pero no hay que dejar que sigan entorpeciendo cuando se ha mejorado; sobretodo milenios después...

Del artículo observamos que se comparan dos fenómenos como el Big Bang y los agujeros negros. De ambos hay rastros que demuestran su existencia, pero del primero se asume demasiado; al igual que el tiempo. ¿Cómo sabemos realmente que el Big Bang sucedió? Nos lo cuentan desde niños y ya lo asimilamos más que plantearlo, porque, claro, los adultos saben más y no se pueden equivocar... si esto fuese así, la de quebraderos científicos que se habría ahorrado la historia. El Universo se expande, pero no tiene porque haber sido por una explosión aunque todo apunte a que sí. Mucha menos cabida tiene la religión, vaya, pero se insiste en mantenerla por esa creencia que de tan arcaica va a costar desprenderse (como el tiempo).
De los agujeros negros también se asume, porque no se ha podido acercar a uno lo suficiente... ni se debería. Hay muchas teorías, donde de las que más me gustan es la que trata a estos como estrellas que de tanta gravedad absorben hasta su propia luz, supongo que también aplastando su propia masa y sobreviviendo por puro milagro tan acorde como comprender al mismo Universo. Aquí entra en juego mi amiga la gravedad, de la cual aún no se ha demostrado su existencia en términos más básicos. ¿No será que también tenemos una idea de ella como la del tiempo? Asumimos que es algo físico y por lo tanto real. Mientras que el tiempo es una invención para sobrevivir, la gravedad hay medio-invención en torno a ella, que de tan vieja la teoría ya se ha asimilado y fusionado con nuestras mentes tan poco dadas a desprenderse de las cosas.
El caso que la gravedad está ahí y mueve literalmente al mundo, resultando que la teoría de Einstein es magnifica y realmente imaginativa, sobre eso de que el peso de los cuerpos muy pesados pliegan el propio espacio-tiempo para lograr mover su alrededor. Me parece magnifica la visión, pero... ¿y si Einstein también se equivocaba? Y si se equivocaba una de las más grandes mentes... la hemos liado, que poco futuro nos espera a la humanidad hasta que nazca otro mesías como él. Bromas aparte, estoy convencido que por muchos quarks que se partan jamás van a encontrar a los Gravitones, las supuestas fracciones de átomos que suponen la gravedad. Se asume que una energía que mueve a otras tiene átomos ¿no? ¿Y si en realidad es otra cosa como, no sé, una inercia que dura aún desde el inicio del Universo? De esa energía se puede detectar y medir, pero no tiene porque ser algo “palpable”, o al menos no tanto como lo pueda ser el hecho de dar una patada a un balón, pero tan fuerte que se pierde en el infinito para ir moviendo el espacio a su alrededor en su entorno, donde la clave y respuesta no está en el propio cuerpo que produce eso, si no en donde se inició todo, de donde realmente procede esa fuerza a la que llamamos gravedad.

Me sorprende del artículo lo que se dice sobre los resultados al no aplicarse el tiempo. ¿Pero es que a nadie se le había ocurrido no aplicar el tiempo para algunas cosas? Algo inventado entorpece los hechos reales de verdad, los que se definen por los no creados por el hombre, esas cosas que ya estaban ahí antes de nuestro ego. Si las dos teorías citadas, Relatividad y Cuántica, se fusionan gracias a quitar el tiempo... será por algo ¿no? Si es que no hace falta pensarlo mucho, y de tan lógico es increíble lo orgulloso que es el hombre para poder asimilar y reconocerlo, pero sobretodo para matar costumbres que lo pueden dejar anclado en un mismo punto toda la vida. El Universo es movimiento o incluso caos, menudo error ser estática dentro de ello, lo que incluye el comportamiento o pensamiento.
También me sorprende como se aferran a ello con la teoría de la cinta de película grabada, con el convencimiento que de un fotograma a otro es “tiempo”. A ver, es eso porque lo estamos aplicando, porque queremos verlo así. Para mí es una cinta que muestra imágenes consecutivas, pero eso no significa que el tiempo tenga porque ser medido así; que se mide, pero me refiero al concepto mismo de medirlo, de insistir en aplicar atributos a todo lo que es ajeno a nuestro interior. Por tener “tiempo” o cosas similar lo puede tener cualquier cosa, es lo que tiene la imaginación y creatividad. Para mí la película no es tiempo en estado físico, si no eso mismo, una cinta de película que si le aplicas luz se logra un pequeño milagro tecnológico.

Ya que estamos, comentaré una teoría cuántica sobre la creación de la existencia. Lo suyo es aplicar los pequeños experimentos de laboratorio a escala máxima y/o universal. La Física Cuántica nos habla sobre que los átomos se comportan de otra forma si son observados... bien, apliquemos esto al Big Bang, asumamos que para su nacimiento o explosión hiciera falta “ser observado”. Quizás era una estática y hasta que no se le dio al botón de inició no comenzó el espectáculo... o mejor dicho, hasta que no se le aplicara un concepto nuevo que no conocía, uno todo contrario a su estado de quietud. Si todo son átomos que reaccionan al mirarse, el Universo no iba a ser menos.
Claro está, en ésta teoría no veo cabida para la religión, ni siquiera un 1%, ya que insisto en que es otro concepto de tantos que inventamos desde cero por intentar dar sentido al mundo. Una vez que hubieron medios y un cerebro mejor, se tendría que haber reconocido los errores y enterrarlos. Pero la costumbre es mala , definida por una memoria de la genética demasiado poderosa.


En resumidas, el propio artículo citado apoya un hecho como la inexistencia del tiempo, su fuerte y que logra que sea muy recomendada su lectura. Lo malo es cuando se muestra solo cómo se pierde entre teorías sobre que si el Universo fuera una película, que entonces todo estaría predestinado y no habría libre albedrío... ¿por qué complicarse de esta forma? Y ahí es donde se demuestra que la raza humana tenía mil caminos inconscientes por tomar en su avance tecnológico, escogiendo unos hasta el punto de aferrarse y negar los demás.

Si el escritor de ese artículo insiste en que todo está preparado por ser una película ya grabada... al final así será. Y si montara una civilización llegarían al punto de evolucionar hasta esa verdad, hasta incluso demostrarla con mil teorías más bastante convincentes. Por ahí puede ir una de las verdaderas magias del ser humano.

lunes, 28 de octubre de 2013

Cronofagia


María la vaca pastaba sin cesar, ni cesar o cesar. No tenía manías, le gustaba lo que tenía a pata: hierba fresca verde. No había variedad, ¿pero para qué más? Si estaba buena y daba lo que todos sus caprichosos estómagos pedían, que no era poco. Ni siquiera se había planteado tener hijos, mas que nada porque no había ningún toro cercano que la quisiese empujar.
Un día, entre tanto pastar, llegó a un límite. No era que se hubiera acabado nada, era sólo algo sólido frente suya, insistente en quedarse en el sitio. María tardó días, quizás semanas, en analizar y terminar de comprender qué era aquello, todo con cara de campeón de poker, masticando de una forma que hasta parecía que rumiara todo el tiempo la misma brizna de hierba. Por fin fue que, como inspirada por la luna de aquella noche como demostró una sonrisa dentada de mamífero entre graciosa e intimidante, se dio cuenta de que eso se podía mover hacia delante, como una especie de pared que se convertía en agujero móvil, balanceándose impaciente como si la invitara a pasar con deseo y de forma muy nerviosa pero hipnótica. Hizo caso a ninguna palabra que se oyera y avanzó...


La cronofagia se define como la acción que realiza un cronofago, alguien que devora el tiempo, ya sea el propio o incluso ajeno. Es entonces que relacionado con ello existe un arte elemental del ser humano que durante generaciones hemos ido perfeccionando: ser enemigos de uno mismo. En este caso trataremos específicamente una de sus mil maneras de auto-matarse (que no suicidarse, aunque también), como lo es el arte de crear zonas de comodidad.


Toda persona en su búsqueda de la perfección necesita de seguridad, de saber que tendrá para comer y mantener a su familia, de darle de beber al coche y a la garganta con agua embotellada o de los bares. Se añade asuntos como el ocio o los cursos que ayudan a ganar dicha seguridad; incluso temas que poco aportan pero sin los cuales no podríamos vivir, como lo son el tabaco, el sexo o la hipoteca.

El dinero es lo que lo permite, es el invento definitivo del ser humano que nos ha acompañado desde siempre. Primero tenía forma de trueque o metales, llegando hasta al papel en una ironía de que cuanto menos sea el material más valor equivale. El dinero lo puede todo, y por ello es la excusa definitiva que convence y calla, que da poder y cumple sueños, que permite el bien y el mal por muy débil o fuerte que se sea o la moral que se tenga. Se comenta que es excusa porque a partir de la búsqueda de seguridad encontramos enseguida el resultado de la fórmula. Aunque, si se piensa mejor, las zonas de comodidad nacen con o sin dinero, resultando que el señor verde simplemente lo facilita y asegura entre redundancias.

El ser humano es animal de costumbres, y en parte es por el tipo de aprendizaje que tenemos. Si todos fuéramos como Einstein, esta costumbre de repetirse no estaría tan acentuada gracias a que entraría todo a la primera o segunda. Pero no es tan bonito, y el cerebro necesita de convencerse una y otra vez de lo mismo para llegar a aprender, o por lo menos a memorizarlo como es debido.

Se crea entonces la costumbre de la que se habla, y la repetición de esa convicción de tenerlo todo controlado, de ser pequeños dioses que manipulan todo a su antojo en Universos a medida que perfectamente caben en pequeñas zonas. Los hay incluso que son capaces de guardarlos en un cajón, pero no suelen ser valorados como merecen por tal imposible, quedando de cerrados o incluso simples tontos.
Poco a poco éste método se apodera de uno hasta el punto de definirnos, y ¡con el ego hemos topado! Y de ahí ya no sacas a ese dios, que de tan cabezón le han salido orejas de burro, de las que ni puede percatarse debido a la anatomía de sus ojos y su equino cuello que no se llega a doblar tanto, o al menos de esa forma. Aunque, no nos mintamos, tanto esfuerzo será demasiado y seguro que ni merece la pena.
Por lógica se llega al punto de crearnos nuestra propia ley, y ya se sabe de sobra que hecha la ley hecha la trampa, poniéndonos con esmero las nuestras propias para caer una y otra vez. Surge que podemos darnos cuenta de tal actitud, pero seguimos insistiendo en que la próxima vez no pasará. Pero peor es el caso de quien ni se acuerda (o es de los de ojo de burro) y al caer en una propia hecha la culpa a otro. Es entonces que ocurre el Big-Bang de las zonas de comodidad, un cataclismo que no se recomienda a nadie y que tiene tantos resultados como personas hay en este mundo.

Y es que las zonas de comodidad son así, tienen sus méritos de hacernos maestros de lo que nos propongamos, pero sobretodo de la rutina, todo gracias a que son alimentadas constantemente con tiempo. Son capaces de crear artistas si de verdad se proponen fusionarse con un hábito de echar un grano de arena cada día, dejando montañas de ejemplo y legado para las siguientes generaciones que quieran conquistarlas. Pero no hay bien sin mal, y al igual que crea artistas, crea su anti-tesis, formada por un ejercito de número superior de seres vivos programados que ya hacen sus rutas automáticamente. El cerebro tiene la única función de otorgar, de transformar el mundo en nuestro beneficio, entonces ya depende de nuestras decisiones si dejar la programación fija en una versión o permitir actualizarla a menudo.

El camino del bar no se va a mover, pero el cerebro nunca termina de convencerse, y lo sigue comprobando entre la lista de cosas que hacer periódicamente, que en su mayoría son tareas de comprobación de que todo siga igual y en su sitio y, por lo tanto, de que todo vaya bien.

Este comportamiento natural pero irónicamente destructivo fue definido con la fábula moderna de los ratones y los liliputienses, que de positiva es irreal. Aquí no se muestra la realidad donde los ratones son ratas que se abalanzan primero para que nadie les quite lo suyo, y donde los enanos conspiran entre ellos con tal de salirse con la suya. La vida es un laberinto, mayor acierto no puede haber, pero también es competitividad. Aunque puede ser cierto que todo podría ser un camino de rosas, pero la costumbre (que ni es buena ni mala, es sólo eso mismo) se entrecruza con otros sueños y objetivos ajenos para quedarse con la colina que tarde o temprano acabará arrasada. Cuando se consiga y quede solo uno en pie, montará su pequeña casita en lo alto y se dedicará a repetir sus patrones hasta el final de los días.

Y ya que se habla del final, siempre se ha creído que todo el sufrimiento aguantado por rutina merecerá la pena, que al final del arcoiris realmente está esa olla llena de oro o incluso la mismísima ciudad de El Dorado. Y no se está tan equivocado, porque hay zonas de comodidad y de rutas programadas con forma de vida entera que llevan hasta una recompensa: el tópico. Pero no un tópico cualquiera, si no el mejor de todos y por lo tanto el más sabio, aquel que reza de forma atea algo como “Lo importante no es haber llegado, si no el camino recorrido”. Tanto buscar la verdad y la filosofía suprema con la que nadie nos pudiera debatir de una vez, y resulta que ya la teníamos desde el principio. Los tópicos son la verdadera esencia, lo que resume lo complejo en una línea y concepto, lo que va directo al grano para responder cualquier pregunta existencial. Todos los tópicos son puras verdades en sí, jamás se equivocan y se aplican a absolutamente cada ser humano posible. Parece magia, lo que quiere decir que es eso mismo: realidad.


Porque al final no hay recompensa; nosotros somos la recompensa.




...no se pudo creer lo que vio allí, sobretodo porque las vacas no tienen capacidad de comprensión. Pero dentro de lo que cabe se sorprendió, pues un nuevo color para su hierba se mostraba, expandiéndose hacia otro infinito que insistía en guardar algún secreto, donde una intuición aseguraba que podría ser otra de esas amables y nerviosas paredes creadoras de agujeros.

Se centró con recelo en lo que veía alrededor de sus patas, no pudiendo aguantar más hasta que decidió comerse el miedo junto a una pizca (acorde a su boca) de aquella extraña gemela malvada de su hierba de toda la vida. ¡Qué grandiosidad! Por el sentido de aquel sabor y de ser capaz de maravillarse con una palabra así. Aquel nuevo matiz gustativo no era moco de pavo (menos mal), era un nuevo mundo que devorar y cagar, un acento en una palabra mal escrita o incluso un manjar digno de vacas indias.
Eso la llevó a pensar, o más bien a soñar con los ojos abiertos, a imaginar primero cómo sería mezclar su hierba de siempre con esa nueva conquista. Enseguida se interpuso un pensamiento más grande aún, lo que lo convertía en sueño, en un sentido que podría doler si se trataba de exageración y utopía... pero por el otro lado, de ser verdad, la llevaría entonces a otro concepto para su mente, y por lo tanto para su vida... y todo ello no era más que el sentido de que hubiese más clases de hierba ¡con todo lo que suponía!. La simple idea le hacía estremecerse, por intentar tanto a jugar ser Dios. Pero no importaba, soñar era gratis (por ahora) y se dijo, se convenció, que seguramente merecería la pena...


Pasaron los años y María seguía ahí rumiando en doble sentido, soñando despierta y a punto de terminar su tesis sobre los átomos cuánticos de las hierbas más pequeñas, esas que se quedan ahí misteriosamente sin querer crecer hasta la altura de las más altas. Ya se sabía cada centímetro de aquella zona y de la anterior a la que a veces volvía. Y no le hacía falta más, era la más lista del lugar y después de todo solo ella sería capaz de cumplir sus sueños, así que tendría que seguir pensando y repasando aquella hierba tan misteriosa que tanto le había brindado...

La cámara comienza a alejarse, mostrando que la cerca separada por la valla con portezuela está dentro de otra cerca más grande. Pero realmente está mal aplicado el verbo, pues es pequeña en comparación a la cerca que alberga a la cerca con cerca. Pero la cámara sigue volando para mostrarnos que una vez más nos equivocamos y que... quién sabe, seguía concluyendo María, incluso podría encontrar al toro de sus sueños que la empujara una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez...

jueves, 24 de octubre de 2013

Un Lugar Cualquiera


http://www.youtube.com/watch?v=CUTcOatPu-0

Se recuerda un lugar que no existió, pero que sin embargo estuvo ahí... allí. Las flores eran de infinitos colores y de olores que llegaban hasta el centro de la cabeza, conectando donde justo se ubica nuestro mundo. Sus verdes prados eran armonía y delicia y hacían pensar a uno en mantequilla untada y en vasos de leche fresca. No se iba mal encaminado, sobretodo al asomar al otro lado y vislumbrar con repentina codicia un pequeño pueblo que complementaba el paisaje que nuestra mente ya bien imaginaba.
Allí sonaba constantemente el agua correr, aunque no se viera ninguna corriente cercana a primera vista. Todos los bancos de su calle principal estaban ocupados por bellas personas que no conocían qué era estar triste, y si lo estaban era con una mueca graciosa de la que parecían reírse de sí mismos. Algún perro acompañaba unos cuantos pasos al viajero repentino, como embajador infalible que no parece actuar al ser sincero sobre lo mucho que está orgulloso de su población. Al fondo molinos no tienen prisa por terminar, y algunas nubes se mueven rápidas al compás como si realmente fuesen también habitantes del lugar.
Su estructura era perfecta, y por ello era imposible no ser una especie de intruso benigno por muy acorde que se fuera. Ser de otro lugar, “de lo lejano”, hacía preguntarse muchas cosas, cuando realmente no había nada fuera de lugar, sólo quizás la composición tan bien encajada, de casas de madera y tejados de tonos claros, con una fuente en medio como una de esas que sólo se ven en películas, de las que de verdad no da miedo beber y de la cual hasta seguramente se cumplía algún deseo al dejar caer alguna buena propina en sus aguas.

El interior de la posada era también idílico, tejido con material soñado previamente extraído con precisión. La combinación de colores suaves así lo aseguraba, acorde al tono de los labios de la anfitriona que quedaba acompañada de un anciano desdentado y simpático. Un poco de historia de aquel lugar cualquiera fue suficiente para uno, que como viajero, se convencía con poco mientras su estancia fuese en algún sitio que le brindase novedad por muy pequeña que fuese.
Asomar por la ventana de la habitación era como el abrir de telón a una obra que no conocemos, pero que desde su inicio sabemos que va a ser buena o, al menos, inolvidable por alguna de sus remarcadas características. Aquella vista brindaba otra perspectiva a pesar de elementos en común, como si aquel pueblo cambiara según como se mirase o por donde se entrase, incluso por la forma de asomarse, manteniendo siempre su intensa esencia de no existir el tiempo, provocando con ello que la vida se supiera eterna; o que al menos lo intentara sentir con gran felicidad y concordancia. Y es que hasta las nubes parecían diferentes sin dejar de ser muy afines al lugar, tan ajenas e hijas de otra clase de dueño alejado del concepto del hombre. No se debía pensar más, y por lo tanto esterar, lo que entrar por otro lado era necesario, con tal de descubrir todo lo que pudiera ofrecer el lugar en el menor tiempo posible.

Los días pasaron y la maravilla no disminuyó, pero si lo hicieron la cólera o el siempre impertinente pasado, las preocupaciones del que vendrá o dirán que una vez estuvieron dentro del viajero que suponemos ser. Los paseos ahora son costumbres y uno se ha mezclado con el entorno cual experto animal cazador, pero que en realidad se muestra como el siempre inofensivo camaleón, que mira con la misma curiosidad de ojos el alrededor de maravilla ubicado entre valles y alegrías.
Las amistades y un temprano amor son inevitables que surjan, y uno se pregunta como es que éste lugar no está ubicado en ningún mapa, por qué está tan protegido por el mejor cielo y el rumor de un viento jamás escuchado antes, que de tan perfecto no se ve afectado por ninguna clase de pregunta, lo que agota la inútil paciencia al percibir que todo es un regalo por saber buscar y no tener miedo a lo que esconde el fondo de una lejanía. El viajante poco a poco deja de serlo y se va convirtiendo en tonos de oro y plata, en sonrisas porque sí que nunca están de más y en en el propio concepto de paz, del que jamás había imaginado que tuviera esa forma... aquella forma.


Aunque no lo pareciera en ningún momento, realmente en el lugar sí que pasaba el tiempo, y así lo demostró al aparecer repentino un conocido, viajero desde aquel otro lugar que ya se había convertido en sueño, despertándonos de golpe casi como en una pesadilla al recordar quién es uno y nadie más. El conocido anuncia terribles actos que se sabían inevitables allá en sus lejanas tierras que una vez llamó hogar. El conocido espera que vuelva para ayudar, para que intente devolver la paz en ese lugar que pisó con tanto orgullo y que ahora no parece ni añorar. El conocido no miente, pero sí choca su verdad con lo que comprende ahora lo convertido que somos, que de tan feliz no se veía posible cambio alguno, maldiciendo a ese gran amigo que quebró la estabilidad que, de tan perfecta, se hizo primero sueño y luego realidad. Sin más demora, conceptos o posibles, hay que marchar con gran pena, prometiendo volver para seguir amando cada brizna en el viento, el único culpable del eterno girar de los molinos que tanto se iban a idealizar en ese otro lugar que realmente era el hogar...



El tiempo pasó, pero no se supo cuánto, todo debido al descanso que siempre tomaba aquel lugar cualquiera. Sólo se sabe que debió de pasar, por cómo volvió el viajante que somos, con otra cara que lucir y una mirada profunda. Los amigos de sonrisa eterna notaron ese abismo por cómo se les devolvió la mirada, por cómo por vez primera la sonrisa se desdibujó imposible. Algo había cambiado, y se demostraba por lo que habíamos traído del otro lugar donde nacimos, tan diferente y destrozado en comparación a aquel lugar de armonía que tanto se deseaba volver. Pero al entrar, no se comprendía, no se terminaba de entender que había habido allí que lo hacía tan merecedor del recuerdo y el corazón, pues un olor constante terminaba cansando, por no hablar de la neblina que impregnaba el valle humedeciendo y enfriando los pies; por no hablar del chirriar insistente de los molinos construidos y ubicados al azar, como si de verdad tuvieran un cometido además de adornar o tapar lo que hubiera al fondo en las montañas.

Una cena por la noche terminó de arruinarlo todo, pues todos cantaban como idiotas y celebraban sin motivo alguno el mero hecho de existir. ¿Qué sabrían ellos de existir? Tendrían que haber estado en la guerra como acaba uno de volver, deberían salir más allá de sus cuatro paredes invisibles, de su cercado construido por ellos mismos sin sentido alguno. Entonces dejarían de reír, y comenzarían a tomarse las cosas más en serio, a desear y dar forma a la muerte: la única brindadora de la verdadera paz. Mientras llegara, uno tenía que disfrutar, y estaba claro que haciendo el idiota entre bailes escandalosos y música repetitiva no iba a ser posible ¿Qué sabrían ellos? Ni sabrán, ni querrán saber...
Como se anunciaba, algo hubo que se arruinó, y fuertes golpes en la intimidad de un cuarto con aquel amor de pueblo soñado hacían pensar en algo que chocaba contra el suelo, como si fuesen cristales de un material tan frágil como los cortos e invisibles sueños que no pueden ser recordados. Pero alguien en otro cuarto cercano sí lo pudo escuchar, y no terminar de entender aquello, el nuevo concepto o visión que daba hasta nauseas, que hacía no dormir y moverse de aquí y allá de la casa como un sonámbulo consciente. La mirada fija en la luz de llama de la vela lograba detonar en aquel testigo de lo terrible una especie de viento invisible por el lugar, una brisa familiar pero más oscura o agresiva dentro de su suavidad, que ponía la piel de gallina en lugar de acariciar. La ventana no estaba abierta, y sin embargo la vela insistía en ondular, una y otra vez, una y otra vez... como aquellos golpes que no se querían identificar, como aquel gemido imposible con el lugar, que hacía pensar y casi asumir una nueva realidad que simplemente existía sin que tuviera que ser imaginada previamente... gotas de cera cayeron al son de otro líquido, una y otra vez, una y otra vez...





Se recuerda un lugar que no existió, pero que sin embargo estuvo ahí... allí. Las flores eran de infinitos colores oscuros, haciendo a uno pensar si realmente había tanta gama y variedad en los tonos más apagados y tristes. Sus olores llegaban hasta el centro de la cabeza hasta apretar y dejar un leve migraña aunque no se tuviese alergia; por no hablar de sus insectos de dieta variada donde uno estaba incluido aunque no quedara listado o previamente conocido. Sus rojizos y amarronados prados eran armonía a su pesar, combinados con el cielo que parecía querer atardecer por siempre. No se podía evitar pensar en montes de tragedia y en lugareños que se protegían de la anomalía con mascaras de gas, que ofrecían mantequilla untada y vasos de leche tibia, que de extraña no parecería raro que las propias vacas llevaran a juego con sus amos aquellas máscaras de gas y sugestión. No se iba mal encaminado, sobretodo al asomar al otro lado y vislumbrar con repentina codicia un pequeño pueblo que complementaba el paisaje que nuestra mente ya bien imaginaba.
Allí sonaba constantemente el agua correr, muy lentamente con pesadez y aunque no se viera ninguna corriente cercana a primera vista, produciendo un alivio incomprensible. Algunos bancos de su calle principal estaban ocupados por personas que no conocían otra cosa que no fuera estar preocupados, y por lo tanto la tristeza. Algún perro acompañaba arrastras y cabizbajo al viajero repentino, con egoísmo de ver si ese otro maldito humano le tiraba aunque fuera un chusco de pan duro como el infierno, marchando enseguida y desanimado como si ya fuera automático. Al fondo molinos no tienen prisa por comenzar, y algunas nubes se mueven lentas al compás como si realmente fuesen también habitantes del lugar.
Su estructura era... perfecta, dentro de su propia filosofía, y por ello era imposible no ser una especie de intruso o incluso parásito. Ser de fuera hacía preguntarse muchas cosas, asunto que se debía solucionar y que no se demoró al sentarse en uno de los muchos bancos desocupados, esperando que alguien reconociera que no se era acorde al lugar para así parar a preguntar, motivo suficiente para comenzar a hablar y por lo tanto a animar; un punto de inicio que podría con todo. Así se contagió la esperanza que se llevaba, familiar en el pueblo a pesar de ser algo nuevo, acorde con la verdadera naturaleza de las cosas. El viajero que suponemos, muestra una enorme sonrisa que comienza a despertar algo olvidado, y feliz, en todos los habitantes de aquel lugar que podría ser cualquiera...

martes, 1 de octubre de 2013

Autor

...

TRIGORIN- ¿Para qué?
NINA- Para saber qué experimenta un famoso escritor de talento. ¿Cómo se vive la celebridad? ¿Cómo siente usted el ser célebre?
TRIGORIN- ¿Cómo? Probablemente de ningún modo. Nunca he pensado en ello. (Reflexiona.) Una
de dos: o exagera usted mi celebridad o la celebridad no se experimenta de ninguna manera.
NINA- ¿Y si lee lo que de usted se dice en los periódicos?
TRIGORIN- Cuando las palabras son de elogio, es agradable; cuando son de censura, estás luego, unos días de mal humor.
NINA- ¡Maravilloso mundo! ¡Cómo le envidio, si usted supiera! El destino de los hombres es diverso. Algunos apenas arrastran su existencia, aburrida e insignificante, todos se parecen unos a los otros, todos son desdichados; en cambio a otros, como, por ejemplo, a usted -usted es uno entre un millón-, el destino les ha reservado una vida interesante, luminosa, plena de sentido... Usted es feliz...
TRIGORIN- ¿Yo? (Encogiéndose de hombros.) Hum... Usted habla de celebridad, de ser feliz, de cierta vida luminosa e interesante; para mí todas estas bellas palabras son, perdone usted, como una mermelada de la que nunca como. Usted es muy joven y muy buena.
NINA- ¡Su vida es maravillosa!
TRIGORIN- ¿Qué hay en ella de singularmente bueno? (Mira el reloj.) Ahora he de irme a escribir. Perdóneme, no tengo tiempo... (Se ríe.) Usted, como suele decirse, ha dado en mi punto flaco, y aquí me tiene comenzando a inquietarme y a enojarme un poco. Con todo, vamos a hablar. Hablemos de mi magnífica y luminosa vida... Pero, ¿con qué empezaremos? (Reflexiona un poco.) A veces hay imágenes que se nos imponen a la fuerza, como ocurre con el hombre que piensa siempre, día y noche, por ejemplo, en la luna; también yo tengo una de esas lunas. Día y noche me persigue una misma idea obsesionante; debo escribir, debo escribir, debo... Apenas acabo un relato ya he de escribir otro, no sé por qué; luego un tercero; después del tercero, el cuarto... Escribo sin cesar, como si corriera en postas, y no puedo hacerlo de otro modo. ¿Qué hay en esto de bello y luminoso, le pregunto? ¡Oh, qué absurda esta vida! Ya ve, estoy a su lado, me emociono, y sin embargo, recuerdo a cada instante que me está esperando un relato inacabado. Veo una nube semejante a un piano de cola. Pienso: habrá que recordar en alguna parte del relato que flotaba una nube parecida a un piano de cola. Huele a heliotropo. Grabo en mi memoria: olor dulzón, color de viuda; recordarlo al describir un atardecer de estío. Estoy al acecho de cada una de mis frases, de cada una de sus frases, de cada una de las palabras, y me apresuro a encerrar todas esas frases y palabras en mi despensa literaria: ¡a lo mejor algún día me serán útiles! Cuando acabo de trabajar, corro al teatro o a pescar con caña; esto es bueno para descansar, para distraerse; pero ¡ca!, en la cabeza empieza a darme vueltas un pesado obús de hierro fundido, un tema, y ya me siento atraído hacia la mesa, otra vez he de apresurarme a escribir y escribir. Y así siempre, siempre, sin un momento de sosiego frente a mí mismo; siento que devoro mi propia vida, que para la miel que doy no sé a quién en el espacio, saqueo el polen de mis mejores flores, arranco las flores mismas y pisoteo sus raíces. ¿Acaso no soy un loco? ¿Acaso mis parientes y conocidos me tratan como a una persona normal?, "¿Qué está escribiendo? ¿Con qué va a regalarnos?" Siempre lo mismo, y a mí me parece que esta atención de mis conocidos, estas alabanzas de admiración no son más que engaño; me engañan, como a un enfermo, y a veces temo que cuando menos lo espere se me acercarán cautelosamente por atrás, me agarrarán y me conducirán, como a Poprischin, a un manicomio. Y en los años en que empecé, años de juventud, los mejores de la vida, escribir era para mí una tortura constante. Un pequeño escritor, sobre todo cuando la suerte no le sonríe, se siente torpe, inhábil, inútil, siempre con los nervios tensos, a flor de piel; vaga, sin poderlo evitar, en torno a las personas dedicadas a la literatura y al arte, desconocido, sin que nadie se fije en él; teme mirar directamente y sin miedo a los ojos, como jugador apasionado sin dinero. No veía a mi lector, pero me lo imaginaba hostil, desconfiado. Al público le tenía miedo, un miedo pavoroso, y cuando debía poner en escena una nueva obra, siempre me parecía que los morenos se hallaban mal dispuestos hacia mí y que los rubios se mantenían en una glacial indiferencia. ¡Qué terrible era esto! ¡Qué tortura!
NINA- Perdóneme, pero la inspiración y el proceso mismo de crear, ¿no le proporcionan, acaso, momentos de felicidad sublime?
TRIGORIN- Sí. Al escribir, experimento una sensación agradable. También es agradable corregir pruebas, mas... apenas lo escrito sale de la imprenta, se me hace insoportable, veo que no es como debería, que es un error, que no debía haberlo escrito de ningún modo, y ello me entristece, me pone como un peso en el alma... (Riendo.) El público lee y dice: "No está mal, tiene talento... No está mal, pero le falta mucho para llegar a Tolstói", o bien: "Es una obra excelente, pero Padres e hijos, de Turguéniev, es mejor". Y así, hasta el fin de mis días, se repetirá que no está mal y tiene talento, no está mal y tiene talento, nada más; cuando haya muerto, quienes me conozcan dirán, al pasar por delante de mi tumba: "Aquí yace Trigorin. Era un buen escritor, pero no llegó a escribir como Turguéniev".
NINA- Perdóneme, renuncio a comprenderle. Lo que pasa es, sencillamente, que está usted mimado por el éxito.
TRIGORIN- ¿Qué éxito? Nunca me he sentido contento de mí mismo. No me gusto como escritor. Lo peor es que me encuentro como en cierto estado de embriaguez y, a menudo, no comprendo lo que escribo. . . A mí me encanta, mire, esta agua, los árboles, el cielo; siento la naturaleza, que despierta en mí la pasión, un deseo irresistible de escribir. Pero no soy sólo un paisajista; soy, además, un ciudadano, quiero a mi patria, al pueblo: siento que, si soy escritor, estoy obligado a hablar del pueblo, de sus sufrimientos, de su futuro; siento que estoy obligado a hablar de la ciencia, de los derechos del hombre, etcétera, y hablo de todo, me doy prisa, por todas partes me espolean, se impacientan, siguen adelantándose y yo voy quedándome atrás, cada vez más atrás, como mujik que llega tarde al tren; al final siento que sólo soy capaz de describir el paisaje y que, aparte de esto, cuanto escribo suena a falso y es falso hasta la médula.
NINA- Usted se ha dejado absorber demasiado por el trabajo y no tiene tiempo ni deseos de adquirir conciencia de su valía. Es posible que esté usted descontento de sí mismo, mas para los otros es grande y magnífico. Si yo fuera un escritor como usted, consagraría toda mi vida a la masa del pueblo, pero tendría conciencia de que la felicidad de esa masa está sólo en elevarse hasta mí, y la masa me llevaría en carro griego.
TRIGORIN- En carro griego... ¿Me toma usted por un Agamenón? (Sonríen los dos.)
NINA- Por la felicidad de ser escritora o actriz, soportaría el desamor de la familia, la pobreza y las desilusiones, viviría en una buharda, comería sólo pan de centeno, aceptaría el sufrimiento de estar descontenta de mí misma y tener conciencia de mis imperfecciones; pero, a cambio, exigiría la fama... la fama auténtica, clamorosa. .. (Cubriéndose la cara con las manos.) La cabeza me da vueltas... ¡Uf!...


-- La Gaviota, de Antón P. Chejóv --





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